"El vidrio nos separaba de las mujeres que nos gustaban y nunca entraban al negocio. "¿Cuándo va a venir una con el pelito mojado?", decía Jerónimo. No se arreglaban antes de hacer las compras en la pescadería, no se delineaban los ojos ni usaban cintas para atarse el pelo muy alto dejando la nuca despejada. Las que se metían en el pasillo de la entrada, para mirarse en el espejo y acomodarse el tapado o el pelo, ni siquiera llegaban a la puerta. Dos años antes, cuando el local era una boutique, ese espejo tenía la función de ampliar el espacio adentro del negocio. Los mismos percheros, brazos, las mismas perchas, cabezas, pilas de pantalones multiplicados por el rebote de otro espejo exactamente igual en la pared opuesta. Uno lo descartaron en un container y al otro Roque lo colocó en el pasillo para cubrir las imperfecciones de la pared, que se había arruinado por el traslado de los materiales durante la obra. Si bien el arreglo no hubiese sido tan costoso, Roque estaba harto de lidiar con albañiles. Llevó cuatro meses adaptar el local a las exigencias de la nueva pescadería.
Nuestras clientas eran más del tipo pelo atado, medio bajo, con banditas elásticas cayendo. Traían ropa que también podría haberles servido para cortar el pasto. Algunas, incluso, tenían pasto recién cortado en las zapatillas y usaban las medias sobre sus botamangas para que no les entrara el frío en invierno. Calzas gastadas y remeras anchas o las camisas viejas de sus maridos eran de lo más común. Afuera se quedaban las de caras pálidas y pómulos marcados. Las veíamos de perfil abriendo los ojos grandes, corrigiendo con el dedo el exceso de lápiz labial en los bordes de la boca, acomodándose los mechones de pelo hacia un costado y dejando a la vista una frente ancha y estirada. Algunas eran viejas pero se ejercitaban y desarrollaban físicos increíbles. Nos peleábamos por el lugar más cercano a la puerta, donde siempre estaban Roque o Lisandro. Al verlas, todo se acomodaba de nuevo: me olvidaba del trabajo mientras inspeccionaba sus pequeñas orejas y el brillo de la piel en los músculos sobresalientes de sus cuellos flacos. Si alguna nos sorprendía viéndola, salía espantada y eso me dejaba un poco triste. No lo hacíamos a propósito."
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Blatt & Ríos (Buenos Aires)
154 págs. - 18 x 13 cm.
Prensa
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