"De su abuela, Maria Blumenträger, mi madre tan solo sabía que los primeros quince años de su matrimonio con Carl Bory, jefe de tren en las líneas de larga distancia, había sido una mujer independiente que tenía una próspera sombrerería en la Rossmarkt en la ciudad de Aschaffenburg, cuyas creaciones eran muy solicitadas por la burguesía acomodada de Alzenau, Aschaffenburg e incluso Frankfurt. Si se le seguía preguntando de dónde provenía Maria Blumenträger, de qué región y de qué circunstancias, apenas podía traer a la superficie con dificultad desde lo profundo de su interior que Maria había tenido un hermano que hizo fortuna en los Estados Unidos y que quería que la hija de Maria, Bettina, mi abuela, fuera hacia allá para que él se hiciera cargo de su educación. En lugar de Bettina, Maria misma había hecho la travesía en barco de vapor y cuando, después de algunos meses, regresó a la Rossmarkt, pronunció las palabras: «Ese no es un país para mi Bettina».
Yo misma supe de fuentes confiables que cuando Bettina estaba a punto de dar a luz, Maria Blumenträger, anciana y vestida de negro, golpeó a la puerta de su casa en Frankfurt para darle apoyo maternal y sabios consejos, con lo cual el nacimiento del hermanito de mi madre, que hasta ese momento no se sabía cómo iba a terminar, se desarrolló según las reglas del arte.
-¿De dónde sacaste eso? -me preguntó mi madre indignada-, de nuevo te estás inventando cosas.
A lo cual traje a colación el discurso festivo de mi abuelo en 1972, que en un orgulloso arrebato de creatividad había compuesto para su hijo los siguientes versos: «Golpearon de pronto a la puerta, de lejos,/ nosotros, todos, quedamos perplejos. / Porque allí estaba, débil y vulnerable,/ llegada de Wasserlos, la anciana madre».
-Ah, sí -dijo mi madre-, eso es cierto, mi hermano nació en un balde. Siguiendo las indicaciones de su madre, mutti tuvo que ir a sentarse sobre un balde, y entonces el bebé llegó solo.
Mi madre sabía mucho más de lo que aparentaba, pero había que encontrar el pasadizo adecuado para poder alcanzar esas reservas y la mayor parte del tiempo ese camino estaba atiborrado de trajines diarios con los que ella y mi padre, ambos de ochenta y dos años, entablaban una lucha cada vez más pesada."
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Traducción de Marcela Cazau y Micaela van Muylem
Paisanita (CABA)
166 págs. - 22 x 13 cm.
Prensa
La Nación: Meijsing recorre gran parte de la historia alemana a través de una familia que logra reinventarse en cada generación, pero sin dejar atrás los escombros del exilio LEER
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