Prólogo de Paula Puebla
"Dicen que Catalina la Grande no era grande, era gorda. Una modernidad que adora la flacura como modelo aristocrático, la falta de apetito como índice de buen gusto y la hibridez sexual como modelo funcional, ocultó este dato, asimilándolo a una supuesta jerarquía reinante. Pero se justifica el error ya que, si mal no recuerdo, ser gordo siempre significó ser poderoso. Tal vez porque en la Edad de Piedra, entre el ataque de los animalazos y la zozobra constante, nadie podía llegar a ser gordo; si acaso podía llegar a sobrevivir. Desde entonces “gordo” significó no haber sido comido, hacer que los demás trabajaran para uno, tener suerte. De lo que se deduce que un gordo o una gorda deberían ser siempre alegres. Y hasta que la sociedad les echó los perros lo fueron.
Y yo también lo soy.
Llamar a una gorda gordita es disminuirla. Convertirla en flaca fallida, una cosa que no es ni sapo ni príncipe, ¡Dios me libre de ser flaca! Las flacas son traidoras a la causa, ya que quieren desocupar el paisaje para cedérselo a los hombres. Las flacas van de pérdida en pérdida, no les basta perder un hombre, también con él pierden peso.
Las gordas somos más naturales, más cercanas a las hembras de otras especies menos vuelteras que la nuestra: la viuda negra o la mantis religiosa mezclan jugosamente el hambre y el amor y “al macho acoplado, buen bocado”. Nosotras las gordas, a falta de amor, tenemos hambre, pero con una ventaja: un hombre nos puede decir no pero un buen plato de cintitas a la boloñesa nunca: se queda ahí delante de nuestros ojos, se deja hacer lo que quieras.
Las gordas somos subversivas, mientras las flacas colaboran con la sociedad capitalista circulando entre hombres como blasones aristocráticos, por las portadas de las revistas como vinieron al mundo y como empleadas sudorosas (gimnasia aplicada a la vida cotidiana por oficinas, consultorios y comercios); las gordas somos las que atascamos la cadena de producción para empinar el codo y comer una patita de pollo, en homenaje a Dioniso (Dios de todos los caídos y alegremente perdidos).
Dicen que las gordas ponemos con nuestra carne una barrera entre el mundo y nosotras. Mentira: las gordas somos las que no dejamos de echarnos un poco de mundo encima y adentro; de pura golosidad universal.
Una gorda no es más que mucha mujer."
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17grises (Bahía Blanca)
204 págs. - 22 x 14 cm.
Prensa
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