La muchacha regresa con rostro de roedor, desfigurada por no querer saber lo que es ser joven (Héctor Viel Temperley, Hospital Británico)
"Me lo dijo ayer tu viejo cuando me encontré con él, me contó eso, lo de los cinco años. Yo ya lo sabía, en realidad, pero creo que no tenía en mente que entonces se cumplía el plazo legal. Estábamos tomando vino blanco, no sé por qué, supongo que por estupor. No me gusta el vino blanco, es lo de menos. Fuimos a uno de esos bares con dicroicas y paredes amarillas, porque sí, porque quedaba cerca y porque tenía calefacción. No comíamos nada, no comimos, era demasiado temprano para la cena y tarde para la merienda. Además ya nos habíamos decidido por el vino. Blanco. Así que imaginate cómo me pegó. El vino, las cenizas, el combiné. Jorge me dice que ya se puede exhumar el cuerpo, el tuyo, que ya se te puede exhumar, es decir, disponer de vos. Que como venció el plazo legal para una exhumación ya te pueden sacar de esa tumba anónima y disponer, disponer de tu cuerpo. Me dice que te quieren sacar de ahí para esparcirte en otro lado, parece que te quieren esparcir desde algún lado o enterrarte, no sé, eso no me quedó muy claro, creo que ellos tampoco lo saben con exactitud, qué hacer. Que me lo quería contar, así en persona, e invitarme a tu casa, que por los gastos del viaje no me haga problema, si no me alcanza, que ellos quieren que esté ahí a toda costa, que es importante que esté. Y que quería compartirme, comunicarme la decisión también, que qué me parecía.
Cinco años, la puta madre, no lo puedo creer, cinco años ya. Claro que sí, claro que tengo algo para decir, claro que no sólo algo sino mucho para decir, un montón de años sin hablar o comentando siempre con las mismas -pocas- personas, claro que tengo qué decir.
Trato de hablar, intento plantarme, refuerzo con un trago, un trago largo del chablis hacia la atención de tu viejo, que mira por la ventana, que tiene tiempo, que está tranquilo y ahí nomás me entra una emoción terrible, una angustia incontrolable, y no le quiero llorar a tu padre, justo que está tan entero, llorarle. No sé si el vino blanco favorece o qué, al temblor digo, porque hace rato que puedo nombrarte sin perder la compostura, incluso hablar acerca de lo que pasó, de lo que te pasó, decir después de la muerte de y ya no después de lo de, que, sabemos, es más ambiguo y se presta a confusión. O por lo menos no lo nombra, eso, la desaparición total. ¿Ves? Incluso ahora puedo decir, nombrar, escribir todo esto sin conmoverme, pero en ese momento no sé, pobre tu papá. Tal vez fue la sorpresa también, porque claro, me iba a encontrar con él y estaba contenta, de verlo, de saber de tu familia, y no estaba preparada, no estaba preparada para nada triste, o excesivamente triste y entonces me sorprendió. Y el vino, yo nunca tomo vino blanco."
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Entropía (CABA)
168 págs. - 20 x 13 cm.
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