"Todavía no sé qué voy a hacer. Estoy acá porque tengo interés en escribir sobre la vida en el Delta del Tigre. Vine junto con Malena, que es parte de este entorno, pero no me siento cómoda, no soy bien recibida. Así que, mientras ella saluda a todos sus conocidos, me voy a dar unas vueltas por el terreno. Tomo notas. Me pregunto de quién sería este lugar antes, cómo habrá sido la vida cincuenta años atrás. ¿Le sirvió a su dueño para ostentar cierta posición social acomodada? Por la cercanía al puerto supongo que sí, pero, ¿su familia seguirá conservando aquel estatus? La hija del casero pasa al lado mío. Se llama Aimé. Corre por el parque descalza y sucia. Tiene la piel curtida por el sol y la tierra, las mejillas coloradas y ásperas. Se tira encima de los habitués del centro cultural, los abraza, baila, grita sus nombres una y otra vez y, se burla de ellos, de mí, de todos. Se baja los pantalones mientras corre. Nos muestra el culo. Malena vive cerca de Casa Puente hace seis años y es parte de la organización de algunas de las actividades del centro cultural. En Casa Puente conoció a la mayoría de sus amigos. Yo me contacté con ella porque quería saber cómo se le había ocurrido venirse a vivir a este lugar, cómo había encontrado el terreno y cómo hacía para construir su casa a la vez que la habitaba. Malena nació en Palermo, alrededor de veinte años después tomó posesión de un predio abandonado y sin herederos en el Delta, se embarcó en el proyecto de construir su propia casa a metros del río Sarmiento. Aunque vive sola, se integró a una comunidad donde la mayoría son mujeres. Armó una red con mucha de la gente que asiste con frecuencia a Casa Puente. Entre ellos organizan compras comunitarias, se cuidan los animales y los botes en caso de viaje, se hacen favores y se pasan la información necesaria para que la vida sea más amena. Son principios básicos de subsistencia en este lugar que, según varios libros que consulté antes de mi visita, durante el siglo XIX fue conocido como asilo de bandidos rurales y gauchos fugitivos, y en los años sesenta y setenta fue utilizado como campo de entrenamiento de miembros de organizaciones revolucionarias que regresaron cuando debieron resguardarse del aparato represivo del Estado. Durante los años ochenta y noventa también explotó como paraíso natural de libertad y recreación de homosexuales, artistas y místicos. Muchas parejas gays poblaron la isla intentando vivir sin tabúes, en contacto con la naturaleza y con sus sentimientos. Ya en el siglo XXI, la zona del Delta se convirtió en la muestra del éxito de proyectos de urbanización privada, muchas veces construidos sobre terrenos públicos. Desde la década del noventa, al ritmo de la modernización neoliberal, se produjo la reactivación privada del circuito entre las estaciones Borges y delta del Ferrocarril Mitre, tren que fue reinaugurado como paseo turístico bajo el nombre de Tren de la Costa. El proyecto se integró a la creación de un parque de diversiones al estilo Disneylandia conocido como Parque de la Costa, junto con un lujoso casino a orillas del río. Durante los primeros años de la década del 2000, el auge inmobiliario en la zona, desarrollado gracias a la construcción de megaemprendimientos, centros comerciales, hoteles de lujo y barrios privados, la convirtió en uno de los lugares más exclusivos de la provincia de Buenos Aires. Nunca fui a ninguno de esos barrios privados. Me da curiosidad, pero mis escasos vínculos con el jet set argentino me impiden la entrada. Supongo que podría inventar alguna clase de investigación periodística para poder acceder, pero prefiero concentrarme en la isla. Más allá de la presencia de cientos de cámaras de seguridad y de drones desplegados por todo el municipio para vigilar a sus habitantes, el Delta sigue siendo un lugar de refugio. Entre las seis mil personas que conforman la población estable de la isla conviven policías, ladrones, traficantes, artistas, yoguis, ecologistas, narcos y maestras rurales. Muchos de ellos tienen algún tipo de deuda no saldada con la ciudad. Ricos y pobres, turistas y marginales, todos coinciden al afirmar que en el delta se respira una energía diferente. Hay quienes la disfrutan; se hacen retiros espirituales, algunos veranean o pasan fines de semana de remo y contemplación. Pero el suelo fangoso del Tigre y su río turbio también embarran, oscurecen y parecen capaces de chupar el alma de sus habitantes. Varias veces al año emergen cadáveres arrojados al río. Se trata de personas denunciadas como desaparecidas por sus familiares; otras veces son cadáveres sin nombre, que nadie reclama. La necesidad de vincularse con otros y armar proyectos culturales o sociales es parte del impulso vital para quienes habitan la isla hoy. La primera tarde que paso en Casa Puente, se festeja la unión y la energía positiva que afloran a pesar de los esfuerzos, contradicciones y demandas que el propio entorno genera. Después de la obra infantil, una banda de rock y un locro comunitario, los presentes alzamos los vasos, frascos, botellas y mates y brindamos por la existencia del centro cultural."
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Alto Pogo (CABA)
198 págs. - 20 x 14 cm.
Prensa
La Primera Piedra: El río como frontera LEER
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