"Era una mañana de julio muy calurosa a pesar de lo temprano de la hora. Por la noche había llovido. La montaña desnuda se veía envuelta en un halo de vapor, el musgo y las grietas de las paredes aparecían cubiertas de humedad y por todas partes los colores se habían intensificado. Bajo la terraza, con las sombras de la mañana, la vegetación semejaba una selva tropical en la que todo se confundía en un racimo compacto de ramas y flores. Ella se abría paso con sumo cuidado, tratando de no romper nada mientras buscaba con una mano cubriéndose la boca y temerosa de no perder el equilibrio.
-¿Qué haces? -preguntó la pequeña Sophia.
-Nada -respondió su abuela-. Bueno, sí -añadió irritada-, busco mi dentadura postiza.
La niña bajó de la terraza.
-¿Y dónde se te perdió? -preguntó con gravedad.
-Aquí -respondió la abuela-. Estaba parada aquí mismo y se me cayó en algún lugar entre las peonías.
Comenzaron a buscar juntas.
-A ver -dijo Sophia-, apenas puedes mantenerte en pie. Córrete un poco.
Se sumergió bajo la frondosa bóveda florida del jardín, arrastrándose entre los tallos verdes. Le resultó agradable deslizarse por aquel territorio prohibido, sobre la tierra negra y suave. Y allí estaba, un apretado conjunto de dientes viejos, blancos y afilados.
-¡Los tengo! -gritó la niña incorporándose de un salto-. ¡Colócatelos!
-Bueno, está bien, pero no mires -dijo la abuela-. Es algo privado, muy íntimo.
Sophia sostenía la dentadura escondida detrás de la espalda.
-Pero quiero mirar -dijo.
La abuela se puso la dentadura con un movimiento rápido y sonrió. A Sophia no le pareció nada especial.
-¿Cuándo te vas a morir? -preguntó.
-Pronto -respondió la abuela-, pero eso no es asunto tuyo.
-¿Por qué no? -insistió Sophia. La abuela no contestó. Se dirigió a la montaña y luego tomó hacia la barranca.
-¡Eso está prohibido! -le gritó Sophia.
-Ya lo sé -dijo la vieja con desdén. Tu padre no lo permitiría, pero da igual porque ahora está dormido y no se enterará.
da neblina reluciente, se veia muy bella
Caminaron sobre la roca, resbaladiza por el musgo. El sol ya estaba alto y una suave brisa jugaba con el vapor que lo envolvía todo. La isla entera, cubierta por esa cálida neblina reluciente, se veía muy bella."
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Cía. Naviera Ilimitada (CABA)
224 págs. - 22 x 14 cm.
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