Psicopatología de la vida amorosa
Mina Tauher
"Ella es sin edad, el cabello recogido tras la nuca, un traje color neutro. Su rostro porta los rasgos de la ausencia, como si ella no estuviera verdaderamente allí. Avanza en la habitación, cada uno de sus gestos es mesurado. La vida amorosa parece no ejercer ninguna ocupación sobre ese cuerpo. Su belleza es formal, sin ningún signo que pudiera, desde el exterior, identificarla. Atrincherada, piensa la analista que la mira entrar, decir buen día y excusarse de su ligero retraso.
‒Yo querría que usted me saca de encima el amor.
Su voz inexpresiva se parece a la de esos locos en los que el delirio no mantiene en apariencia ninguna relación con el sujeto tratado ‒como si debiera arriesgarse al descubierto sobre un campo de minas‒. Esto no se trata nada más que de un primer encuentro, como solemos decir. No con un amante, con un psicoanalista.
Ella, la psicoanalista, no puede impedirse la sonrisa. Sonreír ante esa declaración. Declaración de una mujer que no deja alterar en el afuera ni su voz ni su mirada. Ojos azules defendiendo un espacio asediado.
No era más que cuestión de esperar. Durante la guerra de 1914, su bisabuela esperó a su único hijo, quien partió al frente alemán a los 17 años, mientras la obsesionaba la idea de enterarse de su fallecimiento. A ella se la llevó la gripe española días antes de que su hijo volviera del frente, ya que él atravesó la guerra milagrosamente indemne de toda herida grave. Este hijo, el abuelo de Mina, no tuvo más que un hijo, Max, un poco antes de los 40 años, de una joven heredera rusa con la que estuvo casado durante un breve tiempo, a la que pierde. La joven mujer tenía tuberculosis, ya no se moría de tuberculosis y sin embargo así muere ella, escupiendo sangre como en las novelas rusas, mal curada y probablemente agravada por un parto difícil. De su abuela rusa, Mina no guardaba más que una foto y una impresión muy borrosa de dulzura y de inaccesible melancolia. Encontraba en los cantos tradicionales rusos material para llorar noches enteras. Ella, que no dejaba jamás que la emoción la desbordara, cedía a las lágrimas desde el primer aire de balalaika. Dolor mezclado de un extremo nerviosismo y excitación que la llevaba a buscar en esos malos cabarets gitanos, como en otros, un poco de droga para terminar la semana."
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Nocturna editora (CABA)
220 págs. - 19 x 12 cm.
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