*
Aunque estamos en el mundo, no somos del mundo
La única ternura
que me hizo mi padre
fue decirme
estudiá, hacete un oficio.
En realidad hubo otras:
me compartió el taladro,
me mostró cómo usar la amoladora
y a no temerle
a las fantasías
que se desprendían de las máquinas
en forma de chispazos.
También alguna vez soldamos juntos,
y alguna otra vez encarnamos.
Flotando sobre el frío de la ría
en silencio pedíamos
a quién sabe
pescar una corvina
que luminosa de aviso
de cuánto mejoraría
nuestra suerte.
*
Salí de una mujer triste
Amenazaron llamarla enferma,
por la tristeza,
pero nos acostumbró negros y descalzos
cachorros fuertes de su fiera
dura y fabril.
A andar juntos, amontonados
y rodeados a su pollera. Escondidos
entre máquinas de coser
y trenzas de polenta.
Cubrió nuestro cuerpo con telas
anudadas con alegría
y nos llenó la panza con tortas fritas
y empanadas de arroz.
Abrí un ramo enorme en su pecho
le estiré la piel y se la mastiqué de
tanto que la quise
así tan triste
que me le parecí un poco
en el verde de las plantas
que nos crecen en las manos.
En los dones para la masa
y ser hermosa sin monedas.
En no saber dormir.
Ay Amor,
cómo amar
sin volverse el otro
deshecho un poco
por la memoria.
*
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Mansalva (CABA)
80 págs. - 22 x 14 cm.
Prensa
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