Traducción de Ariadna Molinari Tato
Nota: La Iglesia de esta historia se asemeja un poco, aunque no tanto, a la Iglesia Católica Romana del mundo real, circa 1956. El pueblo de Fetherhoughton no existe en ningún mapa. El verdadero Fludd (1574-1637) fue médico, erudito y alquimista. En la alquimia, todo tiene una descripción literal y fáctica, así como una simbólica y fantástica.
"Miss Dempsey ocupaba una posición especial de mediadora entre la iglesia, el convento y el resto de la gente. Adquirir información era su deber moral, y lo que hacía después con esa información dependía de su juicio y su experiencia. Si hubiera podido, Miss Dempsey se habría metido en el confesionario a escuchar las confesiones; con frecuencia se preguntaba cómo conseguirlo.
Detengámonos en Agnes Dempsey: con un plumero en la mano que agita por encima del escritorio sin polvo. En los últimos años, la cara se le había ido escurriendo poco a poco, como un pedazo de algodón que se achata dentro de una caja. El cuello también le caía en pliegues harinosos y festonados que llegaban hasta donde la ropa ocultaba el resto de la vista. Tenía ojos redondos de un azul intenso, como infantiles, y el aire de sorpresa en su mirada provenía de sus cejas invisibles y su pelo dorado y desteñido, con algunas mechas grises que se erizaban desde la línea capilar y parecían crepitar de estática. Tenía faldas plisadas y piernas cortas con forma de botella, y usaba twin-sets color pastel para ocultar el par de suaves montículos que formaban su busto. Su boca era pequeña, pálida e indiscernible, y estaba hecha para ingerir la comida que más le gustaba: pastelitos de Eccles, rebanadas de budín de vainilla, diminutos cigarros de chocolate suizo que venían en envoltorios de aluminio rojo y plata. Tenía la costumbre de retirar con delicadeza el envoltorio, doblarlo hasta que quedara tan delgado como un lápiz, curvarlo para formar un anillo y calzárselo como una alianza. Luego alzaba ambas manos -pálidas y ligeramente torcidas por la artritis incipiente- y las examinaba; al concentrarse fruncía el ceño y se le formaba una única línea vertical sobre el extremo interno de la ceja izquierda. Después apoyaba un momento la mano sobre la rodilla, se quitaba el anillo, intacto, y lo lanzaba a la chimenea. Era una de las costumbres privadas de Miss Dempsey que nadie nunca había presenciado. Encima del labio superior, del lado derecho, tenía una pequeña verruga aplanada e incolora, como su boca. Le costaba no tocársela. Temía que fuera cáncer.
Para cuando llegó el obispo haciendo gran despliegue, al padre Angwin ya se le había pasado la resaca. Se sentó en la sala, con su perfecta sonrisa obsequiosa.
-Padre Angwin, padre Angwin -lo llamó el obispo mientras cruzaba la sala y lo saludaba efusivamente; una mano le estrujó el brazo, la otra le apretó los dedos, rebosante de jovialidad, aunque sus bifocales episcopales brillaban de suspicacia y la cabeza episcopal se mecía de un lado a otro, como esos juguetes mecánicos a los que se dispara en las kermés.
-Té -dijo el padre Angwin.
-No hay tiempo para tomar té -dijo el obispo. Se posicionó sobre la alfombra frente a la chimenea-. Vine a hablarle del tema de unir a todas las personas sensatas en la familia de Dios -dijo-. Ahora bien, ahora bien, padre Angwin. Sé que usted me dará problemas."
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Fiordo (CABA)
240 págs. - 21 x 14 cm.
Prensa
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Clarín: Hilary Mantel ante el satánico Dr. Fludd LEER
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