Crónicas reunidas 2001-2019
Edición revisada y ampliada
"No.
Esta no es una tierra extraordinaria. La provincia de Formosa, en el noreste argentino, es una planicie sin elevaciones con una vegetación que fluctúa entre el verde discreto de las zonas húmedas y los campos agrios de la sequía. No hay lagos ni montañas ni cascadas ni animales fabulosos. Apenas el calor del trópico mezclado con el polvo en una de las regiones más pobres del país. Y sin embargo allí, a orillas de un río llamado Bermejo, un pueblo de nombre El Colorado -donde diecisiete mil personas viven del trabajo en la administración pública y la cosecha del algodón- tiene, entre todas sus criaturas, a una criatura extraordinaria: El Colorado es la tierra del Gigante.
Son las dos de la tarde de un día de noviembre. Las calles del pueblo se revuelven a cuarenta y tres grados de calor y en el hotel Jorgito una mujer joven, de andar cansado, dice:
-Pase, le muestro su cuarto.
Los cuartos son así: cama, ventilador, la mesa, el baño. Cuando la mujer se va suena el teléfono y una voz honda, -la excrecencia del eco de una catedral o de una bóveda, -dice:
-Al fin. Ahora estás en mi territorio.
Desde su casa, a cinco cuadras del mejor hotel del pueblo, Jorge González, el gigante, se ríe.
Un resumen diría lo que sigue: que Jorge González nació el 31 de enero de 1966 en El Colorado, a mil doscientos kilómetros de Buenos Aires, hijo del matrimonio de Mercedes y Felipe, ama de casa ella, empleado de la construcción él, y que vivió con esa familia compartiendo lo poco que compartir se podía: un cuarto con sus hermanos (Plácida, Zunilda, Ricardo, Omar) y apenas la comida. Diría, también, que después de iniciarse a los nueve años en trabajos de los brutos -cosechar algodón, desmontar monte cerrado- a los dieciséis le propusieron integrar un equipo de básquet en un club de la vecina provincia de Chaco y él dijo sí. Que jugó en la Selección Argentina, fue elegido en el draft de la NBA, devino estrella de la lucha libre, viajó por treinta países, participó en la serie Baywatch, tuvo mujeres, tuvo chofer, tuvo dinero, y que hoy vive en el pueblo que lo vio nacer sin poder caminar, pobre, solo y diabético. Y diría, también, que todo eso le sucedió a Jorge González por ser una criatura extraordinaria de dos metros treinta y un centímetros de alto -un gigante- y que a eso -a esa altura- le debe toda su suerte. Le debe toda su desgracia."
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Alfaguara (CABA)
584 págs. - 24 x 15 cm.
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