Es un gran muro suspendido. Es el alba en Islandia (JORGE LUIS BORGES)
*
En el teatro lírico de Islandia
-naturaleza muerta en primer plano-
su propio autorretrato la sosías,
de trazos en gramática releva,
en retazos. En lullaby que dice:
sabidurías no fueron hechas para mí.
Estoy adonde estuve, una mano,
el codo apenas inclinado y un
rectángulo mudo: los ojos.
A Islandia no se llega
atravesando fiordos
sino escandiendo prosas:
fanfarrias de aeropuertos
cuyas luces, con franjas de espuma,
pudieran confundirse o vanagloria.
¿Laborioso derroche de escritura
o estrategia de lágrimas cansadas?
*
Llegaron como quien festeja, inadecuados, versión rudimentaria o prólogo conciso ¿de qué hazañas? Había sido largo el viaje, sembrado de emboscadas: las islas Faroe, razzias en Lindisfarne, la tentación sonora de Northumbria, la isla de Man en el mar de Irlanda. Remontaban el cansancio sin demasiados instrumentos: la estela del barco, el ruido de las olas contra el estrave, las variaciones del color del agua. Como quien cuida y delimita un teatro de operaciones, el mar amenazaba con tragárselos. Hay un efecto sorpresa. Los drákkars aparecieron en el horizonte. A la débil luz del día, envuelta en tonos violeta, un acantilado continuo, la isla. Entonces resplandecen escudos. Resplandecen con un dejo los cuervos, las baladas futuras que hubieran podido cantar (pero que no lo harán) esta gloria. Una eternidad dura la escena: desembarcan. Por primera vez, en el exilio heterogéneo, brillan.
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Bajo la luna (CABA)
96 págs. - 20 x 13 cm.
Prensa
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