Prólogo de Guillermo Martínez
Sólo hemos trepado a una torre imaginaria. Podemos dejar de imaginar. Podemos bajar. El poeta es un habitante de dos mundos: uno que muere y otro que lucha por nacer. (Virginia Woolf, La torre inclinada)
"El día más importante de mi vida fue el martes en que me mudé aquí. Entre sogas, papeles y canastos, ejercía un comando relativo en el cambio de nuestra casa a este departamento. Sentada en el piso, fumando un cigarrillo, trataba de entenderme con los hombres de la mudadora, que entraban y salían a mil revoluciones para moverse después como astronautas demorados por el peso de los muebles. Comí un sándwich y me dolía la cabeza, y me dolía la cabeza y no había aspirina que alcanzara. Estoy segura de que había tenido un disgusto aunque no recuerdo cuál.
Mi hermana se movía mejor que yo en el desembarque, igual que en nuestros viajes: tiraba las valijas en la cama del hotel y tomaba la calle por asalto porque yo, me decía, acaparaba los problemas. Dónde meter tantos libros. Qué hacer con esa silla. Los muebles parecían más viejos, grandes y pesados. Las cortinas llegaban, como habíamos calculado -qué bien- hasta el piso, con un amplio margen de error -no tan bien- porque seguían de largo y había que acortarlas. Los de la mudadora dijeron que la baulera ya estaba repleta y aceptaron llevarse parte de las cosas directo al Cottolengo.
Además de la cabeza, me dolía la verdad, que se ubica en todos lados: al comprar este departamento nos habíamos equivocado. Eso pensé, así en plural, mientras hojeaba la liquidación de las expensas. En el bolsillo tenía la propina para los peones de la mudadora y ya había separado también lo que iba a darle al portero. Pero a mi hermana estos detalles no le preocupaban. Mientras yo me preguntaba por espacios y funciones, ella hacía su inspección.
-Mirá -y señalaba un detalle que no habíamos visto al cerrar la operación de compra.
Abría puertas de cuartos, placards, baños y alacenas y las dejaba abiertas en perspectiva, con esa displicencia típica de ella. Aunque me molestaba ser la única responsable de las dos, la verdad es que también agradecía su presencia leve y veloz entre las cosas. La valoré en profundidad a destiempo, muchos años después, cuando me dijo que se iba. Igual, tuvo su lado positivo. Iba a quedarme aquí. Lo compensaba todo."
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Clubcinco (Remedios de Escalada)
136 págs. - 20 x 13 cm.
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