De vez en cuando alguien aporta un dato que de pronto cambia todo (David Sedaris, Naked)
“La plaza es un mundo. La plaza es mujer. Es el vacío central de nuestro vecindario, es más que su pulmón: es nuestro corazón, que late sin cesar de encarnar la utopía realizada contra toda evidencia de decadencia del presente.
Ahora que un miedo irracional nos retira del espacio público y nos encierra cada vez más en nuestras casas, la plaza, a pesar de toda nuestra agorafobia (de nuestro literal terror al ágora), se yergue luminosa con su fresco traje verde y las joyas sonoras de sus pájaros. Canto la plaza pese a mi cobardía, la veo en mi ventana y me saluda, a toda hora, con el siseo de seda de su fronda y sus aves. Plena en su límpido cielo de verano, está ahí y, a diferencia de todo lo demás, ella sí es quien sería: el paraíso recobrado, la tierra prometida, la dicha en este mundo.
Antes, cuando nos mudamos, atraía a más enamorados, que se besaban en los bancos de madera sin pensar que alguien podía verlos; o más probablemente lo sabían y no les importaba. Todavía, a veces, se ven grupos de chicos jugando al fútbol. Los bancos de esa plaza fueron mi sofá para leer algún libro, en una de esas tardes ociosas de comienzos de siglo que ya casi no existen. El sol en esos bancos es la tibia caricia que se desperdicia cuando están vacíos: toda esa luz era para nosotros. Los mejores momentos de la plaza son al comenzar la mañana y al caer la tarde. Entonces el sol derrocha sobre todas las cosas sus pinceladas de oro radiante e inasible, sesgada luz que se sueña fantasma del oro antiguo. La edad de oro y la utopía de la plaza son un mismo instante ritual en la mañana, cuando la luz cierra el círculo entre el presente y el origen. Es un instante y después, enseguida, viene el día: profano y secular, sin secretos ni misterio.”
:e(m)r; (Editorial Municipal de Rosario)
76 págs. - 16 x 11 cm.
Prensa
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