"Stella lo interpretó como un chiste y soltó una risa grosera. Ana Cristina la imaginó con ruleros, pintándose las uñas en el porche de su casa, mientras sus hijos, igual de gordos y colorados que ella, jugaban baseball contra el portón. Imaginó bombachas colgando en la soga como una sugestiva guirnalda, y a Stella conversando sobre su falta de suerte con los hombres y su intrincada relación con un padre que abusó de ella cuando era niña. Imaginó, también, que a Stella le gustaba regalar cosas de sus ancestros, que sentía un placer especial por dar de comer a otros, que en su casa nunca faltaba un pastel recién horneado. Visualizó la mesa cubierta con un mantel de plástico, un cuadro impresionista dentro de un marco marrón claro y dos sillones de cuero blanco, confortablemente espantosos. Ana Cristina imaginó a Stella recostada en uno de esos sillones, con la pollera levantada y las piernas abiertas, permitiendo que su vecino -en musculosa blanca y con los pantalones a medio caer- hiciera lo que todos los desocupados hacen mientras sus hijos comen vorazmente en el patio de la escuela."
Qeja ediciones (CABA)
376 págs. - 17 x 13 cm.
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