"Los libros los encontraba el padre en los trenes suburbanos. Y también los encontraba al lado de la basura, como ofrecidos al paso después de los fallecimientos o mudanzas. Una vez había encontrado la Vida de Georges Pompidou. Leyó ese libro dos veces. También había hatos de viejas publicaciones técnicas cerca de los tachos de basura, pero los dejaba. La madre también leyó la Vida de Georges Pompidou. Esa Vida los había apasionado por igual. Después habían buscado otras Vidas de personas ilustres (era el título de la colección), pero nunca habían encontrado nada tan interesante como la de Georges Pompidou, quizás porque los nombres de las personas de las que trataban les resultaban desconocidos. Habían robado libros de los estantes de saldos ubicados frente a las librerías. Esas Vidas eran tan baratas que los libreros hacían la vista gorda.
Lo que les interesaba al leer biografías era el empleo del tiempo de una vida y no los accidentes singulares que hacían de esas vidas destinos privilegiados o desastrosos. Por otra parte, a decir verdad, esos destinos a veces se parecían unos a otros. Antes de aquel libro, el padre y la madre no sabían hasta qué punto su existencia se parecía a otras existencias.
Todas las vidas eran iguales, decía la madre, salvo los hijos. Con los hijos nunca se sabe.
Es verdad -decía el padre-, con los niños nunca se sabe."
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El cuenco de plata (Buenos Aires)
128 págs. - 21 x 13 cm.
Prensa
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