Soy todo lo que recuerdo y vos, todo lo que has olvidado (GABO FERRO)
"Ahora, habla de una mala racha. Se queja de la soledad, de las horas que se hacen eternas, de los hombres que parecen cortados por la misma tijera, del aburrimiento, siempre rodeada de perros, de gatos yo, que quería viajar al África, ser una de esas veterinarias que salen en los documentales. Inés se ríe, se lleva la taza de té a la boca. Qué desastre los hombres, dice, pero no puede aportar mucho al intercambio. Siempre ha estado acompañada, así al menos lo ve Eva, eso es lo que le dice, vos siempre tuviste alguien al lado o no sé si terminás de entender lo que te estoy diciendo o cómo hacés, cómo lográs tener siempre un tipo con vos e Inés no dice nada, deja que la otra hable, que haga su descargo y cuando hay una pausa, cuando Eva, por un instante, deja de hablar, simplemente le explica que no siempre fue así y lo dice mientras mira la luna flaca y curvada despuntar por uno de los vértices del cuadrado de cielo, mientras a lo lejos pasan los autos. Imagina la cuadra, las ramas oscurecerse primero e iluminarse después, cuando se encienden las luces y la noche parece un lugar habitable. Es tremendo sentirse sola. Eva lo dice y hace un largo silencio como para darle efecto. Inés la reconforta, la escucha un rato más. Qué mala suerte, dice Eva, tendría que haberme quedado con tal o cual, y después pasa a contar algo sobre su madre o una tía vieja a la que visita en un geriátrico. Inés respira hondo, siente el aire fresco de la noche que ya llega y es una tranquilidad saber que es inevitable, que no todo depende de la voluntad. Por un segundo está tentada de decírselo, deberías ver la noche caer sobre mi patio, pero la frase sería demasiado rimbombante y ella jamás fue dada a la solemnidad. Así que la sigue escuchando hasta que su voz empieza a llegarle lejana, como si en algún momento de la charla se hubiese subido a una nave espacial y le hablara desde un inhóspito rincón del espacio. Es la impresión que le llega, el efecto que le produce la voz de Eva proyectada sobre el fondo azul del cielo. Sonríe. Ha esperado este momento toda la tarde. Poder observar el lento desvanecerse de las cosas a medida que la noche gana terreno. El silencio de Inés hace que Eva se dé cuenta de que habló demasiado, de que algo no ha funcionado como siempre en el intercambio. No me digas que no te divertís conmigo, dice y después cortan.
No hay nada que hacer, aunque sea un lugar común, quién podría negar que frente a la inmensidad que Inés adivina detrás del cuadrado azul, que frente a la posibilidad que esa pequeña porción de cielo le abre, no cabe más que decir, somos un punto minúsculo en medio del universo. Es lo que piensa Inés, sentada en la reposera, con la cabeza apenas extendida hacia atrás, los pies, ahora, sobre las baldosas del patio. Si alguien llama, ya no atiende; si alguien toca a la puerta, ya no abre."
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Bajo la luna (CABA)
224 págs. - 20 x 13 cm.
Prensa
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