Todos los seres, reales o inventados, merecen el destino abierto de la vida (Grace Paley)
"Hace ya varios años que voy a visitar a mi madre por la tarde a su casa. Voy yo sola, durante la semana, sin Alberto. No es un día fijo. Puede ser miércoles o jueves, a veces martes. Paso a la salida del trabajo. Ella sabe que voy porque el día anterior o el mismo día le mando un mensajito.
Una vez al entrar me asaltaron unas voces muy altas. Pensé que había una discusión a los gritos y caminé asustada por el pasillo al encuentro de esa pelea, hasta que vi a mi madre metida en la cama mirando fijo la pantalla. Desde entonces siempre la encuentro así, en su cuarto mirando la tele a todo volumen, y cuando me ve se incorpora alegre, corre las sábanas y sale de la cama completamente vestida.
En mis visitas mi madre se prepara café con leche y yo tomo un té. Pone la manteca, las tostadas y la miel sobre el mantel que cubre la mesa de la cocina día y noche. Un mantel de flores gastadas, que han perdido su brillo, marchitándose año tras año, en una degradación que mi madre no parece registrar. Y siempre, apenas me siento a la mesa, ella, como en una coreografía o en una de esas películas cómicas, se levanta. Es como si, al sentarme, se activara un mecanismo en su asiento que la levantara inmediatamente, una especie de subibaja. Va al baño -siempre se acuerda en ese momento de que quiere ir-, o a buscar algo, que de pronto es vital. Y mientras camina por el pasillo, me habla. La voz se va alejando junto con ella y no alcanzo a distinguir qué dice, pero en ningún momento deja de hablarme. Yo espero a que vuelva, mirando el mantel opaco, con resignación. En un momento escucho la cadena del baño que tapa su voz –siempre hace pis con la puerta abierta, y así fue toda la vida-, pero ella sin embargo no para de hablar. Su voz fluye como el agua. He aprendido con el tiempo a no desesperarme por no escuchar lo que dice, esas frases apagadas por la distancia y por los ruidos. Quién sabe si verdaderamente habla conmigo. Mi madre siempre habló sola, frente al espejo, caminando por la casa, de una habitación a otra, yéndose como en una precipitada huida. Pero lo que nunca he podido evitar es sentir una gran tristeza ante ese soliloquio."
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Obloshka (CABA)
136 págs. - 20 x 14 cm.
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