Todas íbamos a ser reinas (Gabriela Mistral)
"Su instinto materno era teatral, pero dominaba su carácter como si fuera auténtico. Exageraba como una madre, controlaba como una madre, era cruel como una madre. Tenía el umbral de la ofensa muy bajo y se resentía con facilidad.
En Formosa se había acollarado a un camionero chaqueño con el que habían comenzado bien la historia. Ella era joven, recitaba de memoria poemas de Gabriela Mistral y juraba que su sueño era ser maestra rural, pero los camiones eran su vida. «Ser puta de camiones es otra historia, es otro el paisaje. Los camioneros son tipos importantes en el camino, son cosa seria», decía. Incluso en Córdoba, ya tranquila, instalada en el Parque, alejada voluntariamente y para siempre del pasado, muchas veces retornaba a los pueblos de la ruta donde los camioneros hacían sus paradas.
Se había inyectado aceite de avión en las tetas, en las nalgas, en las caderas y en los pómulos. Decía que, además de ser económico, resistía mejor las embestidas. Pero las zonas inyectadas se le habían llenado de unos moretones desagradables y el líquido se había desplazado en cualquier dirección, dejándola llena de bultos y pozos como la superficie lunar. Por eso se obligaba siempre a trabajar con la luz muy baja.
En la rodilla izquierda tenía dos feas cicatrices de balazos, que así como habían entrado habían salido, y en los días de lluvia era frecuente verla ir rengueando hasta la cocina por un vaso de agua para tomar un analgésico, porque el dolor la hacía temblar.
Los días de lluvia eran una fiesta: no se salía a trabajar. O, si ya habíamos salido y se largaba el chaparrón, nos tomábamos entre todas un taxi a su pensión. En el camino los taxistas se descostillaban de la risa con nosotras, había que oírlos reír en ese momento para darnos cuenta de que éramos realmente divertidas, valiosas, que hacíamos cosas buenas también."
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Tusquets (CABA)
224 págs. - 21 x 14 cm.
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