La mayor parte del tiempo los locos o los cuerdos tropezaban en la oscuridad, buscando con manos extendidas algo que ni siquiera sabían que querían (Claire Keegan)
La nuez de Adán
"Aunque había otros detalles, como las siluetas que se forman después de unir los números: Ezequiel contestaba, estaba tatuado, usaba el pelo largo y abría la heladera sin permiso, estacionaba la moto en la vereda y dejaba manchas de aceite que nunca más se fueron. Una vez apoyó las zapatillas sucias en el sillón y encima mamá decía que predicaba. Tenía una banda que se llamaba Valle de Huesos. El nombre lo había sacado de un pasaje de la Biblia y las canciones hablaban de Dios y de recibir el llamado.
--Es una Biblia distinta-- me había dicho mi hermana, y me había pedido que leyera un pasaje en voz alta. Estaba en el libro de Ezequiel, como su nombre.
--"El Señor puso una mano sobre mí y me hizo salir lleno de poder y me colocó en un valle de huesos. Me hizo recorrerlo en todas las direcciones, los huesos cubrían el valle, eran muchísimos y estaban completamente secos. Entonces el Señor me dijo: '¿Crees que estos huesos pueden volver a tener vida?'."
Como animales
"Las mujeres en esta familia no engendran a sus hijos, se los traen de lugares. A nuestra prima Carolina la trajeron de una provincia del norte cuando tenía cinco años y dice mi mamá que llegó con las uñas negras de carbonero; la abuela misma no conoció a su madre, la entregaron a una prima lejana porque no tenían plata para criarla. Y a Francisco la tía Perla lo fue a buscar a una iglesia y cuando lo acostó en la cama de la abuela ya pesaba ocho kilos. Tenía el pelo duro y marrón y las piernas gordas y apretadas como un pollo al horno.
Perla había abierto la puerta con el bebé en brazos. El santito venía envuelto en una manta verde agua. Casi no me dejaban ver qué pasaba, porque todas rodearon a Perla y se la llevaron como si fueran palomas picoteando de lo mismo. La abuela dijo por acá por acá, y abrió la puerta doble de su cuarto y Perla lo acostó en la cama. Ahí me dejaron pasar, que lo conozca la nena, dijeron. Por fin podía verlo de cerca. ¡Y olerlo! Tenía la cara redonda y gorda y los ojos cerrados con tanto hermetismo que pensé que nunca antes había visto a una persona dormir."
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Tenemos las máquinas (CABA)
112 págs. - 21 x15 cm.
Prensa
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Revista Otra Parte: Reseña LEER
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