Avanzo entre los despojos
y sé que lo terrible
es que volvemos a ser felices (SELVA CASAL, Y lo peor es que sobrevivimos)
"Durante el viaje me recordaste que a la vuelta no seguimos, que fuimos demasiado lejos. No es la primera vez que lo hacés, pero parece que ahora hemos llegado a ese punto en que las cosas se torcieron tanto que ya no somos capaces de enderezarlas. ¿Qué hago acá, entonces? Una vez más me revuelco sobre mi caparazón, a tus pies, con la panza tibia al aire, como un animalito lento y confiado.
No me toques, supe que ibas a decir. Y no lo hice; en su lugar, traté de leer. Leí un artículo de la revista que había comprado en la terminal, cuando usabas el teléfono; a lo lejos te vi morderte las uñas mientras caminabas en redondo, escuché cómo levantabas la voz y pateabas una latita de gaseosa. El artículo de la revista de turismo decía que hubo un tiempo, millones de años atrás, que estas montañas, estas sierras que ahora nos rodean, abruptas, escarpadas, en forma de serrucho, por momentos opacas, polvorientas, por momentos bañadas de verde, salpicadas de helechos, pinos, álamos, cedros, recortadas contra un horizonte inmóvil, a veces interrumpido por una familia de nubes grises como palomas, estas sierras que ahora nos encierran, nos ahogan, no existían. Todo era océano, glacial y salado. Más tarde soñé que nos sumergíamos y vos seguías hablándome pero yo no te escuchaba. Yo no podía escucharte porque bajo el agua tus palabras se volvían burbujas, se volvían nada. Flotábamos, junto al suave vaivén, como en un recuerdo mojado, un recuerdo que nunca se seca. Hasta que la presión en los oídos, en los ojos, se hacía imposible: teníamos que volver a la superficie para tomar aire.
Se me ocurre que amar debe ser algo así."
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Añosluz (CABA)
122 págs. - 20 x 14 cm.
Prensa
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