"A Polonia viajamos en nuestra furgoneta Austin-mini verde botella, que contenía todo nuestro equipaje mientras el asiento trasero estaba enteramente ocupado por mí y un moisés -las sillitas de bebé todavía no se usaban-.
Llegamos a Varsovia en abril de 1966. Plena Guerra Fría. Los "occidentales" tendían a permanecer juntos, así que mis padres alquilaron un departamento temporario en el Club Británico mientras llegaban nuestros muebles.
Los hijos de los vecinos no hablaban como nosotros y no podía jugar con ellos porque no les entendía nada. Mamá me dijo que sus nombres eran Peter, John y Julie, que hablaban en un idioma que se llamaba inglés y que yo lo iba a aprender muy rápido. Mi hermanito no hablaba, así que no le tocaba aprender, tenía suerte. Las mamás empezaron a frecuentarse y, durante ese primer verano en Polonia, íbamos juntos a la plaza del Club y a la casa de ellos, que era más grande que la nuestra.
Después del verano, en cuanto llegó la mudanza con todos los muebles y juguetes, nos instalamos en una nueva casa de la que tengo muchos más recuerdos. Era de hormigón gris y dos pisos, con una reja alta enfrente que me encantaba trepar. La compartíamos con los dueños polacos que habían elegido vivir en el sótano para poder alquilarla y ganar divisas extranjeras, muy valiosas en el mercado negro. A ellos los veía como una pareja de duendes escondidos en las profundidades: tan silenciosos eran, ¡y casi nunca subían! Al poco tiempo de vivir ahí conocí a nuestra pani, la señora que venía a ayudar a mamá, no solo con las tareas de la casa sino con el cuidado de sus hijos, mi hermano y yo, que para ese entonces ya andábamos por los tres años y medio y los seis meses. Con Pani aprendí el polaco infantil: "comer", "llorar", "dormir", "jugar" y los indispensables "quiero" y "no quiero", "sí" y "no". Ella también me puso mi primer nombre nuevo: dejé de llamarme Martijntje -que vendría a ser Martincita en holandés- para convertirme en Martinka -que vendría a ser Martincita en polaco-. La casa de los duendes quedaba un poco lejos del Club Británico así que ya no íbamos tanto a lo de Peter, John y Julie, y yo extrañaba bastante cantar el "Yellow Submarine", tema que hasta el día de hoy me llena de alegría y de nostalgia. Por suerte en la nueva dirección había nuevos vecinos con una hija que se llamaba Ania. Ella era mucho más grande que yo -me llevaba tres años- pero a veces pasábamos tiempo juntas en la vereda, entre su edificio y mi casa."
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Letras del Sur (CABA)
154 págs. - 21 x 14 cm.
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