Viaje alucinado a la maternidad
"En estos últimos meses, nueve, para ser exactos, he llegado a pensar que el placer y el dolor siempre tienen que ver con cosas que entran o salen de tu cuerpo.
Hace nueve meses no sabía que una serie de eventos relacionados con esas entradas y salidas iban a converger aquel noviembre, el mismo mes en que cumplía treinta años. A mi padre le detectaron un cáncer de colon, Adriana se suicidó lanzándose de la ventana de un hotel y yo yacía en la cama de un hospital de la sanidad pública española recuperándome de una cirugía considerable. Al volver a casa estaba destrozada por las noticias y físicamente muy débil. Apenas puedo recordar los días que siguieron a mi operación. Fueron dos semanas de un invierno especialmente frío, en las que necesité la ayuda de J para casi todo. Para cortarme el filete, para lavarme los dientes y limpiar mis heridas.
Me habían extirpado unas glándulas mamarias excedentes que tenía bajo las axilas y casi no podía mover los brazos. Tenía dos cicatrices enormes de las que brotaba un catéter que iba drenando sangre oscura. Había decidido operármelas porque, además de ser muy poco estéticas y molestas, los médicos me habían asegurado que un día muy lejano, cuando decidiera tener hijos, se llenarían de leche y me ocasionarían terribles molestias. Así que decidí que debía cercenarme lo que yo veía como una deformidad, aunque la cosmovisión mágica de mi madre se empeñara en recordarme que en otras épocas a las mujeres con mamas supernumerarias las quemaban por brujas: para ella, mis dos tetas de más podían tener poderes sobrenaturales.
Fue una intervención sin complicaciones pero la convalecencia estaba resultando muy dura. Por si fuera poco, los antibióticos que me habían recetado para prevenir una infección parecían perforarme el estómago.
El día del cumpleaños de J, solo pocas semanas después, seguía sintiéndome tan incómoda que decidí quedarme en casa. No suelo perderme los cumpleaños de mis maridos, así que fue un poco raro. Ahora, además de un intenso dolor de barriga, tenía náuseas. Al día siguiente, cuando debía volver a la oficina, no pude levantarme. Estaba demasiado cansada. Vomité toda la mañana. A medio día, J me llamó para ver cómo seguía pero también para darme una noticia.
–No te pongas nerviosa, ¿ok? La revista cierra. Se acabó.
Mi padre con pronóstico reservado.
Mi amiga lanzándose al vacío.
Mis glándulas mamarias arrancadas de cuajo.
Y ahora había perdido mi empleo."
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Marea (CABA)
184 págs. - 22 x 14 cm.
Prensa
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