Poco importa saber orientarse en una ciudad; pero perderse en una ciudad como quien se pierde en el bosque requiere aprendizaje (Walter Benjamin)
"La veo, todavía la veo después de treinta años, la ola de hojas secas en el último escalón de la escalera mecánica, las hojas revolcándose sobre sí mismas por el movimiento continuo de los escalones metálicos, un mar en miniatura, un mar de olas cansadas.
Es el primer día de mi primer trabajo en serio desde que llegué a Alemania recién recibida de arquitecta, es el primero de noviembre de 1989 y la mañana es fría, reluciente y prolija. A la salida del Adenauerplatz todo está en orden, un orden operatorio de sala quirúrgica, de arbustos recortados al bisturí en formas geométricas extravagantes quietos en sus macetones con patas. En las veredas vacías mis ojos son los únicos ojos que miran, en los pósters de publicidad las miradas quietas de las modelos están dirigidas al amplio cielo de Berlin, bellezas congeladas de estética aséptica, marcas de perfumes franceses, modistos alemanes, carteras de cuero italiano, vitrinas de joyería de una transparencia tan limpia que los vidrios desaparecen y la mercadería pareciera estar expuesta al aire libre. Aquí no hay pintadas ni grafitis, no hay pósters de música punk ni restos de pegamento y calcomanías anarquistas; aquí ganó el sistema, triunfó el capitalismo y el lujo se exhibe en vidrieras y vitrinas en medio de las veredas. En este barrio no hay casas ocupadas ni personas sin techo ni borrachos durmiendo en las calles, quizá los encargados de las casas se ocuparon de echarlos temprano por la mañana antes de baldear la vereda con agua helada, aquí las veredas son el doble de anchas que en otros barrios, generosas veredas de Berlín verdes de árboles, el cielo abierto, fachadas de altura limitada, controlada, peceras sin agua. Camino sobre las baldosas secas, el granizo de la madrugada no dejó huella en las juntas ni quedó aferrado a la superficie como en mi barrio de baldosas húmedas congeladas. Aquí hasta el cielo es de un celeste límpido, un claro azul ultramarino, las nubes lentas no sufren de resaca ni se dejan caer borrachas, enloquecidas de la noche, como en otros barrios.
Cada árbol en Berlín, los de las veredas, los de las plazas y los parques públicos, tiene un pequeño cartel con un número, igual que las puertas, las ventanas, las escaleras, las lámparas de aeropuertos, administraciones, ministerios, escuelas u oficinas de los edificios oficiales, hasta la naturaleza está numerada e inventariada en Alemania, en algún lugar debe haber un edificio de paredes colmadas de estanterías, abrumadas de carpetas con inútiles listas de los objetos y árboles. ¿Habrá inspectores que vigilen que cada objeto siga en su sitio con su número correspondiente? ¿Habrá árboles rebeldes y guerrilleros anarquistas que se dediquen a robar los cartelitos?"
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Blatt & Ríos (Buenos Aires)
312 págs. - 18 x 13 cm.
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