Traducción de M. Ortega y Gasset
"¡Anne Elliot, con todos sus privilegios, belleza y discreción, comprometerse a los diecinueve años con un muchacho que no tenía a nadie más que a sí mismo, sin otras esperanzas de progreso que las que ofrecía una de las carreras más azarosas, sin parientes, sin contar siquiera con el apoyo de un padre que garantizase su prosperidad! ¡Era impensable! ¡Anne Elliot, una mujercita tan joven, a la que tan pocos conocían, arrancada de su casa por un extraño sin posición ni fortuna, o arrastrada a una vida de fatigas y obligaciones que sin duda terminarían por destruir su juventud! No podía ser. La intervención de la amistad y los consejos de quien la amaba como una madre y asumia las obligaciones de esta lo impedirían.
Mediaron pocos meses entre el comienzo y el desenlace de aquellas relaciones, pero el dolor de Anne fue mucho más duradero. La melancolía del amor contrariado ensombreció las ilusiones de su juventud, y como efecto definitivo de aquel sacrificio pasional su lozanía se esfumó y huyó para siempre la alegría de su espíritu, hasta entonces animoso y optimista.
Siete años habían transcurrido desde el final de aquella breve historia de amor desventurado, y si el tiempo parecía haber actuado sobre el capitán como remedio eficaz, al punto de borrar en su alma incluso el cariño que había sentido por ella, para Anne solo fue un pobre consuelo. Fuera de un corto viaje a Bath después de la separación, le faltó la eficaz medicina que supone un cambio de ambiente y el trato con otras personas distintas de las que componían su círculo social. Nadie pasó por Kellynch que resistiera la comparación con el Frederick Wentworth que ella guardaba en su memoria. Ningún nuevo amor, única solución decisiva a su edad, pudo satisfacer las exigencias de su sensibilidad. Cuando tenía veintidós años fue requerida para cambiar su apellido por el de un muchacho que poco después encontró más favorable recepción en su hermana menor; y Mrs. Russell lamentó el hecho, porque Charles Musgrove era el primogénito de un señor cuyo prestigio social solo podía compararse en la comarca con el de sir Walter, además de ser bondadoso y poseer un físico atractivo. Es cierto que soñó algo mejor Mrs. Russell cuando Anne solo contaba diecinueve años, pero ya con veintidós la habría satisfecho verla libre del injusto trato al que era sometida en la casa paterna y establecida definitivamente cerca de ella. Pero en esta ocasión Anne no cedió a consejo alguno, y aunque Mrs. Russell, siempre satisfecha de su discreción, no se arrepentía de lo que había hecho en el pasado, comenzaba a sentirse presa de una ansiedad, rayana en la desesperanza, originada en el deseo de que un hombre independiente y generoso condujera a la muchacha a un estado para el que se hallaba especialmente dotada por sus cálidos afectos y sus inmejorables aptitudes domésticas.
Ni una ni otra sabían si sus opiniones persistían o habían cambiado respecto al punto fundamental de la conducta de Anne, porque ninguna de las dos volvió a mencionar el asunto; pero lo cierto es que a los veintisiete años Anne pensaba de manera muy distinta que a los diecinueve. No culpaba a Mrs. Rus sell ni se reprochaba por haberse dejado persuadir, pero estaba segura de que si alguna joven que se hallaba en análogas circunstancias venía a pedirle consejo, jamás le daría uno que la hiciera desdichada."
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Debolsillo (CABA)
248 págs. - 22 x 14 cm.
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