¿Qué es la vida? Un frenesí (Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño)
"Estamos encerrados en la casa, por nuestra propia voluntad, hace un día y medio. Somos tres mujeres y un niño. Nos recluimos por la promesa de un tornado. Tenemos techo y comida, sí, pero nos estamos quedando sin agua. La electricidad se cortó hace varias horas, hace frío y se escuchan explosiones o rayos. Morir no me da miedo, lo que me inquieta es haber traído a esta casa en el medio del campo a mi hijo, que está acostado a mi lado como si no pasara nada. Quizás piense que este es un extraño modo de pasar las vacaciones. Quizás crea que su madre sí sabe cómo pasarla bien y que todo esto es parte de un plan para vivir experiencias nuevas: avistaje de tornado, después vendrán naufragio, incendio; si se sobrevive se vuelve uno más fuerte, eso dicen siempre. Tal vez sea el mejor regalo que le pueda dar a sus seis años. Vinimos a quedarnos en la casa de la hermana de mi madre que vive con mi prima. Ahora mismo los cuatro calentamos las manos en la salamandra. Queríamos vida al aire libre y naturaleza, pero tuvimos que aislarnos. Más naturaleza que un huracán no se consigue.
Desde que no vemos el sol tengo sensaciones muy extrañas en el vientre. Creo que estoy embarazada de nuevo. Es algo que me pasa seguido, no estarlo sino creer que estoy embarazada. Tengo un atraso de varias semanas. Somos cuatro en la casa y espero que nada esté creciendo en mis entrañas, que sea solo un miedo irracional, una falsa alarma. Mi marido ya no vive con nosotros, se fue y un tiempo después nos vinimos al campo a pasar las vacaciones. Estar gestando un ser vivo solo nos haría retroceder. Mataría, ahí sí, todo el sentido de la aventura.
Estamos entre mujeres desde anoche. Y también desde hace más tiempo. En mi familia los hombres no duran. Mueren jóvenes o se van. Nuestro abuelo no murió joven pero sí de golpe, solo y en el campo. Cuando era chica, cada invierno me reunía con la tía y sus hijos alrededor del fuego, era la primita que venía de la ciudad con zapatillas blancas que se ensuciaban a los diez minutos de subirnos a las bicicletas. Después mi primo murió y dejamos de verlos. Nunca entendí bien por qué. Hace años que no venía. Por las fotos, supe que la tía seguía llevando el pelo ondulado, que los reflejos rubios habían virado a un gris plateado y que se lo peinaba con trenzas al costado. Su sonrisa mostraba los dientes de adelante algo separados y seguía dándole un aspecto de niña."
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Rosa Iceberg (CABA)
144 págs. - 20 x 14 cm.
Prensa
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