Rusia es rehén de sus distancias. Una visita aquí es siempre un pequeño viaje (Astolphe de Custine)
"Jan relaciona lo que ocurrió en el mundo con los sucesos de su vida. Como cuando recién nos conocimos y fue a visitarme a la Argentina. Vivíamos separados: Jan en Hamburgo, yo en Buenos Aires. Ahorró durante medio año, pasó hambre hasta que pudo comprar el pasaje de avión más barato. Se escapó por un mes, faltó a las clases de abogacía, no le contó nada a nadie. Una mañana de abril de 1986 sonó el teléfono y atendí. Era Hilge, una de sus hermanas. Con voz muy preocupada me preguntó por él, si sabía dónde estaba. Me explicó que lo estaban buscando por todos lados: una nube tóxica se acercaba desde Ucrania y Bielorrusia hasta el Norte de Alemania, donde vive la familia. Le pasé enseguida el tubo a Jan, imaginando la sorpresa y el alivio de su hermana, que no pensó que él estuviera ahí, tan lejos. Así nos enteramos de que había explotado una central atómica en un lugar llamado Chernóbil.
Tres años más tarde, yo estaba trabajando en un estudio de arquitectura en Berlín cuando Jan me llamó por teléfono. Era tarde y lo primero que me dijo, con un tono vertiginoso de voz: “Cayó el muro". Y después me pidió:
-¿Podrías ir por mí a la Puerta de Brandemburgo? Observá bien todo lo que pasa y después contame. ¡Cómo me gustaría estar ahora en Berlín!
La mesa de la cocina de nuestro departamento de Hamburgo está llena con mis libros y apuntes. Como cada día desde que me mudé de Berlín estoy leyendo y tomando notas, tratando de encontrar un orden en mi tesis. Dejo la birome sobre el cuaderno y apoyo la espalda contra la pared dura y repentinamente fría. Espanto una sombra que pasa por mi cabeza y espero lo que tenga para decirme.
Jan respira hondo, me mira a los ojos y, con una mezcla de fascinación y algo parecido al miedo, me dice:
-Me ofrecieron el puesto en Moscú.
Lo primero que siento es alivio: no tuvo un accidente con la bicicleta, sus padres, sus tres hermanas y sus siete sobrinos están sanos y siguen vivos, no explotó ninguna central nuclear, su mamá puede seguir cocinando ricas salsas de champiñones que crecen salvaje en el jardín. Jan tampoco se enamoró de la secretaria, que podría ser su madre, por suerte en Alemania no hay golpes de Estado, ni estallan nuevas guerras, ni Berlín fue ocupada por los rusos. Aquí todo es más o menos calculable, como las estaciones, como el otoño en la ventana.
Jan y yo nos miramos directamente a los ojos, en silencio. Jan se sienta, más bien se deja caer en la silla. Me mira desde el otro lado de la mesa y en su mirada también hay un vacío. Es un vacío que depende de mí llenar.
Hace ya nueve años que vivo en Alemania. Desde el principio sabíamos que por su trabajo en algún momento haríamos las valijas y seguiríamos viaje. Pero ¿Moscú? En nuestros planes estaban Madrid, Londres, París y Tel Aviv. Buenos Aires todavía no: el puesto de corresponsal acaba de ocuparse y no estará libre hasta dentro de tres o cuatro años.
Jan espera una respuesta. Desde que llegó no abrí la boca. Todo ocurre en mi cabeza, donde todavía escucho el eco de MOSCÚ. La palabra suena indefinida, desconocida, peligrosa, fuerte. Me gusta que suene así. Y es por eso que digo:
-No digas que no.
-No hay que decidirlo ahora -me dice Jan-. Tenemos dos semanas para dar una respuesta. Claro que cuanto antes tomemos la decisión, mejor.
Jan me propuso hacer un viaje a Moscú, para ver si nos gustaba. No nos gustó. Y sin embargo, aceptamos.
En Hamburgo, el jefe de la agencia nos había dicho que lo meditáramos con "toda la calma del mundo” y nos dio una semana para pensar en calma. También nos advirtió:
-No cualquiera soporta la vida en Rusia -y aclaró-: No cualquier pareja aguanta. Es una decisión importante y no se puede dar marcha atrás.
Después, mirándome a los ojos, me dijo una frase que recordaría durante muchos años:
-Si la pareja aguanta Moscú, aguanta cualquier cosa.
Bajando la voz, nos contó que el anterior corresponsal en Moscú se divorció al mes de ocupar el puesto. Su mujer no soportó el frío, la cultura, el idioma y, sobre todo, a las mujeres rusas. El corresponsal se quedó en Rusia pero la mujer volvió a Alemania. También hay que tener en cuenta el tema de los costos. La totalidad de los gastos de la mudanza y un porcentaje del alquiler del departamento corren por parte de la agencia. Pero en caso de incumplimiento de contrato ellos no se hacen cargo de la mudanza de vuelta a Alemania."
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Blatt & Ríos (Buenos Aires)
274 págs. - 18 x 13 cm.
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