"Me parecía que la humanidad entera se había vuelto sordomuda y que yo estaba sola, y que mi casa se había convertido en una roca inaccesible a la cual nadie podría llegar. Mientras sacudía en vano el aparato dispuesto a no ceder, pensaba con nostalgia en todas las personas que pueblan lo que podría llamar mi salón telefónico. Me desesperaba sobre todo no poder hablar con Julia, aunque cuando estoy despierta no se me ocurre llamarla jamás. No sé por qué la elegí en la angustia de la pesadilla, pero nadie elige a los personajes que pueblan sus sueños. Aunque tampoco estoy segura de elegir con total albedrío a aquellos que pueblan mi teléfono.
A esta altura de mi rabia y desamparo sonó nítida, alegre, la campanilla del teléfono. Vacilé un instante sin poder discernir muy bien cuál era el sueño y cuál la realidad, pero la campanilla insistente disipó mis dudas. Tendí la mano y levanté el auricular dispuesta a contarle a la amiga que estuviera en la otra punta del hilo la pesadilla atroz de la cual acababa de arrancarme su llamado oportuno. Pero en vez de oír el "Hola, ¿qué tal?", casi inmediatamente descifrable, oí una voz femenina desconocida, firme, cortés que preguntaba pausadamente:
-Hola... ¿Hablo con la casa de la señora Clara Costa de Aguilar?
Colgué un poco menos desesperada que nos instantes antes, como si una luz minúscula pero perceptible acabara de brillar en medio de esta terrible oscuridad que se había hecho dentro de mí. Durante un momento mi mano acarició distraídamente la superficie lisa de material plástico. Ocurre que en las horas más graves de nuestra vida se nos cruza alguna idea que nos distrae del drama que pesa sobre nuestra cabeza. A mí se me había metido entre ceja y ceja una especie de comparación poética entre el teléfono y la caja de Pandora, pero me impedía darle una forma clara a ese lirismo repentino el hecho de que mis conocimientos sobre la famosa caja eran muy limitados; creía recordar que de ella habían salido todos los males del mundo y aunque aquel día había surgido de mi teléfono una voz indiscutiblemente nefasta, temía exagerar al pretender que en ese laberinto de hilos y campanillas se incubaban todos los males de la humanidad, aunque quién sabe... En fin, antes de establecer una comparación definitiva sería prudente consultar un diccionario mitológico, cosa que por el momento no era oportuna pues mi biblioteca carecía de diccionario mitológico y por primera vez advertía esta lamentable omisión."
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Mardulce (Buenos Aires)
96 págs. - 19 x 13 cm.
Prensa
Página12: Bullrich, una voz en el teléfono LEER
Clarín: Una lágrima en el teléfono LEER
La voz: Enredos telefónicos LEER
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