"Mamá se mueve rápido. Abre la canilla y me deposita como un paquete dentro de la bañera. No sé cómo hace, pero me frota los brazos al mismo tiempo que me saca la ropa, me dice que cierre los ojos, que le tenga el jabón. Sentate, ordena, y yo obedezco y sigo llorando, hace un rato que estoy llorando, pero no entiendo qué pasó. El agua se tiñe de marrón. Agarro un pastito y me lo llevo a la boca. Mamá me lo saca con un manotazo, su pelo colorado cae de nuevo sobre mi cara y yo de nuevo sin poder respirar, igual que un rato antes, cuando su voz me trajo de ese lugar oscuro en el que estaba metida. Un lugar al que no sabía cómo había llegado ni dónde quedaba, solo sentía los sapos nadando alrededor, los yuyos enredándose entre mis piernas, su voz lejana que me llamaba Isa, Isabel, hija. Había tratado de alcanzarla pero se alejaba, cambiaba de dirección, desaparecía. Cuando pude abrir los ojos la tenía encima, nunca la había visto tan cerca. Alguien aplaudió. Estaba manchado de negro, con una franja blanca que le atravesaba los ojos, después supe que era el vecino que me había sacado de la zanja en la que nunca se supo cómo me caí. Qué te pasó. Dónde estabas. Qué hiciste. Levantándome un brazo dijo lo primero, levantando el otro dijo lo segundo, apretándome el mentón, qué hiciste. Y otra vez desde el comienzo. Una pierna, qué te pasó. La otra, dónde estabas. La cara, qué hiciste. Y más rápido. Una mano, la otra, la cara. Un pie, el otro, la cara. Qué te pasó, dónde estabas, qué hiciste. Se sentó sobre la tapa del inodoro y bajó la cabeza, los rulos le taparon la cara pero ella siguió repitiéndolo, cuando volvió a mirarme estaba con los ojos colorados y llorando, me abrazó y me dijo perdón, qué hice. Ya no se desprendía barro de mi cuerpo, aunque todavía podía sentir un sabor extraño en el fondo de la garganta, como el de una comida que nunca había probado. Algunos años más tarde, tomando de un vaso que no era mío, me había reencontrado con ese mismo sabor, algo anisado, que se me queda adherido a la garganta y sube a la nariz y que siempre que vuelvo a sentir me recuerda a esa tarde en la que casi me ahogo. Mamá se secó la cara con una toalla, me sonrió y se acercó, me envolvió y me alzó. Nos sentamos en el piso y empezó a cantar. Mamá canta, el sol da de lleno en estos ladrillos de vidrio, me quedo dormida.
Martín entró de golpe. Yo seguía inmóvil, mirando el ventiluz naranja.
-Isa, ¿estás bien?, ¿qué hay?
-Un ladrillo roto, pero como de adentro, ¿lo ves?
Se acercó y miró. Un rayo inesperado se filtraba por el ladrillo de vidrio roto y se reflejaba entre las olas que se dibujaban en los azulejos.
-¿Se podrá cambiar eso? -pregunté."
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Cía. Naviera Ilimitada (CABA)
144 págs. - 22 x 14 cm.
Prensa
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