"Por esa época, en que transcurrían agónicos los últimos días del gobierno de Isabelita, Quesada había empezado la construcción de madera adentro de su casa, o eso rumoreaban, porque hasta entonces nadie había conseguido entrar y verla con sus propios ojos. Se decía que había llegado a un punto que por su tamaño no habría forma de sacarla sin derrumbar paredes. La había imaginado cinco años antes y no se conocía su propósito, podría tratarse de una carroza para la celebración de la primavera ya que su hija Amarilis participaba del grupo de danza del club o también formar parte de la escenografía de la presentación del grupo de teatro vocacional del colegio de curas, del que su hijo, Eduardo como él y que todos llamaban Eduardito, integraba el elenco. Sus planes empezaron en el centro de la casa. Corrió la mesa, el aparador con la vajilla, los sillones, hasta que de a poco el conjunto de muebles fue llevado al garaje y el armazón a medio hacer, los materiales y herramientas ocuparon el espacio disponible. La familia se vio obligada a circular por la puerta del costado que llevaba a la cocina y usar la galería de atrás. Ese continuo estado de obra violentaba a su esposa Leonor, tanto por el desorden como por el ruido sin horarios, pero más aún por el abandono que su marido había hecho del trabajo, de la idea de trabajar o lo peor, de la obligación de trabajar."
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Mansalva (Buenos Aires)
77 págs. - 22 x 14 cm.
Prensa
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