"Hay cosas de las que nunca puedo escribir. Son las que me dan mucho miedo. Si las nombro, podría empeorarlas. Un monje budista me dijo que escribiera todo eso en un cuaderno, que después total lo podía quemar. Yo puse cara de que iba a hacerle caso, pero no me duró nada. Si él se hubiera venido a vivir a mi casa, o si yo me hubiera metido a monja en su ermita, entonces sí. Porque su presencia sería como una escoba que empuja la superstición todos los días. Un paño que nunca se ensucia. En cambio yo soy de esconder esos trapitos cuando no se les pueden quitar las manchas. Los tiro atrás de la cama, o al fondo de un placard lleno de porquerías; pienso que si no se pueden ver, entonces no existen. Así hacía de chica con las sobras del sacapuntas. Iban a parar atrás de ese féretro donde, de día, se metían a dormir las almohadas de papá y mamá. Una vez ella me pescó, pero no sirvió de nada. Seguí haciéndolo, sólo que con cuidado de que no me descubrieran. Y hoy pienso que esa mirada reprobatoria es la del monje, que me cae muy bien porque después de sentarnos quietitos todos juntos mirando la pared, se fuma varios puchos mientras reímos charlando de pavadas con mucha espontaneidad.
Esto de esconder las cosas, yo sé que es un problema. Si algún día tuviera que mover los muebles, me encontraría con todas esas lamparitas quemadas, bombachas manchadas en la pubertad y cosas que no tienen ningún lugar ni posibilidad de transformación. Una persona sabia podría decirme que soy yo la que tiene que transformarse. Y sí, en eso estamos. La vida te empuja. Yo, que siempre crucé los dedos mentalmente cuando alguien decía que su signo zodiacal era cáncer, ¿cómo reaccioné cuando mi mamá tuvo su primer cáncer? ¿Y el segundo? ¿Y el regreso del primero en una tercera vuelta? Yo venía preparada. Toda esa cuestión del monje y las meditaciones se supone que era para entrenarnos en aceptar la impermanencia. Sí, chicos, está bien, nos vamos a morir. Como cosa abstracta puedo aceptarlo. Ahora, enfermarse, sentir dolor, no saber cuánto tiempo queda ni cómo será vivido... eso es dificilísimo. Más fácil es prepararle a mamá sopa de calabaza y hacerle chistes hasta convencerla de tomar un poquito, un poquito más."
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Rosa Iceberg (CABA)
108 págs. - 20 x 14 cm.
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