Traducción de Clara Ministral
"La primera vez que me emborraché fue con el vino de Elías. Tendría unos ocho años. Fue durante la Pascua, la festividad que conmemora la huida de los judíos de Egipto y en la que se invita al profeta Elías a entrar en casa. Yo estaba sentada en la mesa de los mayores porque cuando mis padres se juntaban con aquella otra pareja éramos cinco chicos y una chica, y los adultos habían decidido que era mejor que me ignorara su generación antes que la mía. El mantel era rojo y naranja y estaba abarrotado de copas, platos, bandejas, cubiertos y velas. Tomé por error la copa colocada para el profeta, que estaba al lado de mi vasito de vino dulce de color rojo rubí, y la bebí entera. Cuando al cabo de un rato mi madre se dio cuenta, me tambaleé y sonreí un poco, pero al ver su cara de disgusto intenté aparentar sobriedad y que no se notara que estaba achispada.
Mi madre era católica no practicante y la otra mujer había sido protestante, pero sus maridos eran judíos y a ellas les parecía bien mantener la tradición por los hijos, así que en la mesa de Pascua se ponía la copa de vino para Elías. Según algunas versiones, el profeta regresará a la Tierra al final de los tiempos y contestará todas las preguntas incontestables. Según otras, anda vagando por el mundo vestido con harapos, respondiendo a las preguntas difíciles de los estudiosos. No sé si también seguíamos el resto de la tradición y dejábamos una puerta abierta para que entrara, pero puedo imaginarme la puerta principal, de color naranja, o una de las puertas corredizas de vidrio que daban al jardín de la casa, situada en un pequeño valle, abiertas al aire fresco de la noche primaveral. Normalmente cerrábamos las puertas con llave, a pesar de que en nuestra calle en el extremo norte de aquel condado nunca aparecía nada inesperado aparte de algún animal salvaje: ciervos que daban suaves golpecitos en el asfalto por la madrugada, mapaches y zorrinos que se escondían entre los arbustos. Dejar la puerta abierta a la noche, a la profecía y al fin de los tiempos habría sido una excitante transgresión de la costumbre. Tampoco puedo recordar a qué nuevas sensaciones me abrió la puerta el vino; quizá hizo más placentero el no formar parte de la conversación que estaba teniendo lugar, quizá provocó una sensación de ligereza en aquel pequeño cuerpo para el que la gravedad de este planeta de tamaño medio se había vuelto algo tangible de repente."
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Fiordo (CABA)
192 págs. - 23 x 15 cm.
Prensa
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