"Los baldes de agua iban y venían por la larga galería, desde la bomba a la cocina, en las manos de las mujeres de la casa. Ellas se levantaban por turno a la una de la madrugada para hacer el café a los varones, que ordeñaban a esa hora las vacas cuando la familia tenía un pequeño tambo; volvían a desayunar a las cinco, con bifes y huevos como si fuera un almuerzo en la habitación caliente por la cocina a leña donde las mujeres lo habían preparado. A esa hora, en la jardinera tirada por uno o dos caballos, la leche iba hacia la ruta, metida en los tachos de aluminio que refrescaban en el tanque australiano mientras ordeñaban las vacas, y un camión la cargaba hacia Rosario. La calidez y el olor de esa cocina eran maravillosos para la niñita que, a veces, se despertaba en medio de la noche y buscaba a su madre corriendo por la galería en camisón y tiritando de frío cuando la escarcha helaba los baldes de agua y el amanecer mostraba la blancura quemante, la belleza sin fin de las heladas."
:e(m)r; (Editorial Municipal de Rosario)
68 págs. - 17 x 12 cm.
Prensa
Eterna Cadencia:
Noche de recuerdos LEER