Traducción de Laura García
"Tres años es mucho tiempo para dejar una carta sin contestar, y la suya ha esperado una respuesta más tiempo aun. Yo tenía la esperanza de que se respondiera sola o de que otras personas la respondieran en mi lugar. Pero ahí está, con su pregunta: "¿Cómo, en su opinión, podemos impedir la guerra?", aún sin contestar.
En primer lugar, vamos a hacer un boceto del dibujo que toda persona que escribe una carta hace por instinto: el dibujo de la persona a quien se dirige. Sin la presencia de alguien cálido que respira del otro lado de la página, las cartas no tienen ningún valor. Usted, el que formula la pregunta, ya tiene algunas canas en las sienes, y el cabello ya no abunda en la parte superior de la cabeza. En la mitad de la vida ha llegado, no sin esfuerzo, al Colegio de Abogados, y en términos generales su viaje ha sido próspero. En su expresión no hay ningún rastro de aspereza, maldad ni insatisfacción. Y, sin ánimos de halagarlo, la prosperidad que disfruta -su esposa, sus hijos, su casa- es bien merecida. Usted nunca se hundió en la apatía conformista de la madurez pues, como demuestra su carta, escrita desde una oficina en el corazón de Londres, en lugar de quedarse dando vueltas en la cama, arreando a los cerdos, podando los perales -pues posee algunas hectáreas en Norfolk-, se dedica a escribir cartas, asiste a reuniones, preside tal y cual junta, sigue formulando preguntas aun con el fragor de las armas en los oídos. Por lo demás, su educación empezó en una de las escuelas privadas más prestigiosas y culminó en la universidad.
Aquí se presenta el primer obstáculo en nuestra comunicación. Vamos a indicar brevemente la razón de tal dificultad. Ambos provenimos de lo que convendría llamar, en esta época híbrida en la que si bien los linajes se mezclan las clases siguen siendo rígidas, la clase instruida. Cuando nos encontramos cara a cara hablamos con el mismo acento, usamos cuchillos y tenedores del mismo modo, contamos con que una mucama nos prepare la cena y lave los platos después de la cena, y durante la cena conversamos sin mayores dificultades sobre política y pueblos, guerra y paz, civilización y barbarie: todos los temas que, por cierto, sugiere su carta. Además, los dos nos ganamos la vida trabajando. Pero... esos tres puntos marcan un abismo, una brecha tan amplia entre nosotros dos que durante tres años y más estuve sentada de este lado preguntándome si valía la pena tratar de que mis palabras llegaran al otro lado. Pidámosle, pues, a otra persona -Mary Kingsley- que hable en nuestro lugar: "No sé si alguna vez le revelé el hecho de que aprender alemán fue la única educación pagada que recibí en mi vida. La educación de mi hermano costó dos mil libras, y todavía tengo la esperanza de que el gasto no haya sido en vano". Mary Kingsley no habla solamente en su nombre; habla, también, en nombre de muchas de las hijas de los hombres instruidos."
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Godot (CABA)
216 págs. - 23 x 15 cm.
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