Con tantos secretos, era claro que solo podía terminar escribiendo (Camila Sosa Villada, El viaje inútil)
No voy a fracasar en la paciencia (Rosa Berbel, Las niñas siempre dicen la verdad)
"Hablando de cabezas: habría que empezar a explosionar ya. No son necesarias tantas explosiones en el Líbano como en nuestras cabezas occidentales. El mundo sería mejor con cabezas dispuestas a albergar una bomba antidogmática con efectos colaterales empáticos. Aunque yo no soy nadie para dar órdenes, pues tan solo soy una escritora que empieza. Siempre seré una escritora que empieza. En el año 2087 seguiré siendo esa escritora que empieza, que tiembla, que se arriesga y sigue temblando con un tenedor en la mano.
Cada cual que haga lo que quiera con su cabeza, al fin y al cabo, es todo lo que tenemos. Cabezas pensantes. La mía ha estallado y aquí lo cuento sin intención de que sea un texto informativo ni de autoayuda e intentando con todas mis fuerzas que haya más literatura que morbo, más literatura que detalles técnicos, más literatura que aquello que no sea literatura. O de forma más esquemática: que mi depresión sea tan literaria como lo ha sido mi vida desde que empecé a leer. Leer bien, leer con calma, leer con asiduidad, leer la línea blanca que viene después de la línea escrita y la línea escrita que antecede a la línea blanca, es lo mejor que me ha pasado. Leer y visualizar, leer y masticar, leer y medio llorar, leer y admirar. Leer y entremezclar luego mis palabras: que sean un descoloque sensorial.
Al principio, no creía en ello. No creía en la depresión, ni en el término blue, ni en el TOC, ni en los ataques de pánico. Me resultaban ajenos. Los consideraba una tontería pasajera. Me han enseñado, de toda la vida, que eso "es gente que no espabila", "no tira p'alante", o "tiene mucho cuento". En fin, que me ha costado, igual que con todo prejuicio, dinamitarlo en mi cabeza.
He leído maravillas relacionadas con la caída del cerebro. La fiebre nos obliga a crecer: crecemos a base de fiebre y más fiebre. Los buenos libros tienen una temperatura alrededor de los 39.5 grados. Es la que te puede dar con el mal de altura. El cuerpo agoniza. El demasiado vértigo. Es cuando más nos parecemos al demonio y eso es también la depresión.
Nos encontramos, de golpe, incendiados y frágiles."
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Odelia (La Plata)
196 págs. - 22 x 15 cm.
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