Prólogo de Camila Sosa Villada
"De a ratos dolía estar parada y todavía me sentía un poco volada, pero estaba ahí, sacando fuerza de no sé dónde, caminando, existiendo, con papá agarrándome de una mano y mamá de la otra. Éramos una pintura renacentista. Había vuelto a nacer.
Los días siguientes en La Plata son los que recuerdo con más ternura. Nos quedamos en un departamento muy moderno, con muy linda iluminación y en el que me hubiera gustado vivir. A veces, cuando tengo que pensar en lugares seguros o felices para ejercicios de meditación o ese tipo de cosas, automáticamente voy a ese departamento. Tal vez porque creo que nunca me había sentido tan cuidada, tan contenida, tan amada por otros y por mí misma como ahí. Todo con una fortaleza que había ganado en los días de internación. Volví a ser una nena esos días ahí, tuve que volver a caminar y pedir ayuda para todo, incluso para bañarme.
Eso, el baño. Cuando llegamos a ese lugar, lo primero que hicimos los tres fue irnos a dormir una siesta. En un momento, me mataban las ganas de ir al baño, sentía que me estaba por explotar la vejiga. Me estaba conteniendo desde que me habían sacado la sonda de la uretra, y como solo había estado pasando líquidos por el cuerpo todos esos días, en un par de horas ya estaba llena de vuelta. Además, todavía no reconocía cómo se sentía tener ganas de hacer pis con mi nueva genitalidad.
De a poquito me levanté, mamá me preguntó si necesitaba ayuda y le contesté que no. Quería hacer algunas cosas sola. Ella lo entendía, pero aun así quería asegurarse de que yo supiera que estaría a mi lado para cualquier cosa que necesitara. Fui al baño con mucho miedo, no sé por qué pensaba que se me iba a caer algo. Como no estaba todo cicatrizado y era muy reciente, flasheé que algo se iba a desprender. El doctor me había advertido que los primeros meses hacer pis iba a ser muy raro. Básicamente, iba a mear como un rociador, porque la vagina estaba todavía muy hinchada y eso hacía que saliera el pis para todos lados. Y así fue. Y se sintió raro no ver de dónde salía la orina ni dónde me estaba secando, o secarme, directamente. Y estuve un rato largo ahí, pero no pasó nada. Estaba todo bien. Respiré. Volví a la cama a paso lento y me acosté otra vez, muy despacito."
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Planeta (CABA)
160 págs. - 23 x 15 cm.
Prensa
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