¿De quién es ese cuerpo que hubiéramos amado infinitamente? (Salvador Elizondo, Farabeuf)
Una maldición se cierne sobre el linaje de Vicente Barrera. Trashumante vendedor de hilos, Barrera recorre un desierto salpicado de poblados asolados por una guerra cuyo tiempo y motivos no son claros. En cada lugar, una mujer; por cada mujer, un hijo. Esta novela, tan seductora como inquietante, cuenta la historia de esos hijos, la de sus cuerpos y afectos. Pero, también, la de las mujeres que los rodean: madres, parejas, compañeras. En medio de esta urdimbre de infortunios, tiene lugar la búsqueda del padre, una apremiante exploración de la masculinidad y la puesta en crisis de la matriz bestial de su deseo. Tras ser galardonada con el Premio Internacional de Poesía Sor Juana Inés de la Cruz, Clyo Mendoza ha escrito una novela de una belleza extraordinaria, donde el lenguaje emprende un viaje alucinante por el erotismo, las transiciones de la conciencia y la posibilidad de que diferentes seres puedan habitar un mismo cuerpo.
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"Cuando formó parte de la multitud de la guerra, como cuando avanzaba a paso veloz para cruzar la calle más transitada de la ciudad y otros humanos le rozaban las ropas dejando a su alrededor una estela con olor a bocas, alcoholes y otras cosas insospechadas, sentía que formaba parte de una maquinaria, que él era un minúsculo engrane y que los otros también. Aunque pensar eso lo hacía sentir insignificante, se sentía también parte de un todo. Quizá sentir esto es Dios, pensaba, pero la primera vez que su cuerpo se unió al de alguien más tuvo esa misma sensación, la de bullir junto a otro cuerpo hasta formar parte los dos de un único brebaje. La parte del sudor ayudaba, el líquido que se untaban mutuamente cuando uno entraba en el otro y a veces viceversa; porque en su caso prefería a los de su mismo sexo. Ese era su gran secreto. Había elegido ser soldado para limpiar su nombre, aunque nadie supiera su falta. Sus padres siempre sospecharon, ese movimiento que hacía con la mano y la cadencia innata en sus caderas dejaban a la vista un niño afeminado.
Un día su padre se fue y él y su madre al principio ni siquiera lo notaron. De cualquier manera el señor nunca estaba o siempre tardaba mucho en volver. Era vendedor de hilos ambulante. Un trabajo no tan mal pagado en esos años en los que el hilo era fundamental y no llegaba a los pueblos lejanos, un negocio con un público femenino, propicio para el mujeriego que siempre fue su padre."
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Sigilo (CABA)
256 págs. - 22 x 14 cm.
Prensa
El País: “La ira y el erotismo son fuerzas evolutivas” LEER
Milenio: Una crítica a la condición humana LEER
Revista de la Universidad de México: Lo que queda del desierto LEER
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