"Al fin sola esperando, ya no saber más cómo esperar en esta ranchería entre habitaciones a medio construir, colonos con sus clanes parados sobre las vigas y mujeres criadoras. Este olor limonado a cabra recién parida, a yerbas y semillas especiadas. Esperarlo sobre las tejas con el vestido y mis borceguíes de motoquera. De la cintura para abajo, una, de la cintura para arriba, destruida dice mi hijo cuando se encabrona pero patas flacas, pero pelito todavía hasta los hombros pero boca comestible. Que aparezca de una vez. Cerrar los ojos, no tener todavía la edad para irse a pique, no tener la edad justa para volverse topo bajo las cañerías o ponerse a sacar parásitos de las hojas. Una mujer sale con un bol de pan triturado y levanta la mano. Ahí aparece con la seña de siempre, ir hacia el camino angosto, subir rápido, no tomar la carretera principal, no abalanzarse, no morder. Y no tener nada qué decir después, nada de qué hablar cuando la piel punzada por la tela barata y las hortalizas de algún tambo, ninguna palabra justa después de tocarnos en los paseos brillantes en bicicleta y a pie.
En la puerta del liceo nadie. Las altas rejas cerradas con candado, el monumento en honor a los caídos con caricaturas. A lo largo del cemento, en los parkings para discapacitados donde se juntan a pitar los casos sociales, en la entrada para el personal, nada. En la rampa que da al hospital, en la parte trasera del establecimiento, frente a los monoblocks de inmigrantes. En el square para hacer gimnasia con las niñeras negras hablando por teléfono a sus países, en los pasillos de los bloques donde se revenden las piezas de esos teléfonos, en la banquina de la rotonda, en la entrada del polideportivo, en las pistas con rampas para skate, en la zona del club de equitación para veteranos y socios vitalicios, en la pileta techada, en los saunas, en el salón privado para swingers, en el gimnasio de presidiarios, en la explanada, en el correo y en la cantina, nada. No me retrasé tanto digo, me voy diciendo la puta madre mientras paso un semáforo en rojo y las lomas de burro revientan el motor. Cuánto me pude haber retrasado cuando miramos la hora mi boca llena de pelo, mi boca llena de cara, de su mucosa, por qué me tortura. En la estación de tren en huelga, en la tabaquería, nada, en la zona de casas de reposo donde un viejo se subió a su Kawasaki por última vez antes de venderla y embistió a una niña que empezaba a caminar, nada tampoco, en los hipermercados para necesitados con los frascos y botellas de aceite en tamaño maxi y sin etiquetas, con los cupones expuestos con descuento de centavos, ni rastros de él. No pude haberlo venido a buscar tan tarde si cuando miramos la hora ya estábamos sobrios, los pies con zapatos sobre los botes. Tomo la autopista a casa bordeada por un cielo despejado que insulto. Por tramos el llanto de la madre. Por tramos una agitación sin control. Los nidos como panales gruesos en lo más alto estropean la vista de los sotos. No pude haber olvidado del todo la salida de cursos el día del examen preparatorio porque cuando volvió a atacarme boca abajo, yo dije con su saliva, tengo que irme. Dije, tengo que irme, como diez veces. Sigo buscando a un joven caminando que odia a su madre. A un joven al costado de las viñas con mochila de calavera y pantalones raídos, a un joven que zigzaguea mientras escupe. Las plantas brindan el cogollo y huelen a yerbón. Alumbro los faros altos para ver sus muslos reventar el cemento. Soy alguien de ataque, yo tengo que atacar una cosa, hijo. Ya sé que durará en tu cabeza el día que me olvidé de pasarte a buscar. Ser asesina en el repaso del hijo. Haber hecho todo deficiente. Mis manos pidiendo clemencia. Él no aparece, cualquiera lo buscaría en las morgues entre los cuerpos no identificados, en las cunetas, en el interior de una cámara de alcantarillado atrapado en unos matorrales, en las barreras de tren sin cruz, la mitad del cuerpo debajo de un caballo de competición, o en los checks points, disimulado entre los neumáticos de los camiones del Norte.
Sigo despacio por momentos acelerando y frenando, buscándolo como a un castor perdido clavando sus incisivos, un hijo rayo, un hijo cometa. Y de pronto a lo lejos entre el negro y el negro una corneja camina encorvada. Me acerco lo más posible para que no pueda desbandarse. Pero él sigue adelante, la orden de no parar hasta perder el juicio."
---------------------------------------------------
Mardulce (CABA)
86 págs. - 19 x 13 cm.
Otros libros de Ariana Harwicz
Prensa
Revista Otra Parte: Reseña LEER
Panamá Revista: Un monólogo pesadillesco, en donde lo erótico, la angustia y la locura juegan un papel central LEER
La tinta: Un terror nacido del deseo LEER
1 cuota de $0 sin interés | CFT: 0,00% | TEA: 0,00% | Total $0 |
1 cuota de $0 sin interés | CFT: 0,00% | TEA: 0,00% | Total $0 |
3 cuotas de $0 sin interés | CFT: 0,00% | TEA: 0,00% | Total $0 |
3 cuotas de $0 sin interés | CFT: 0,00% | TEA: 0,00% | Total $0 |