Por tanto, arrepiéntete; si no, vendré a ti pronto y pelearé contra ellos con la espada de mi boca. (Apocalipsis 2, 14-16)
"Se levantó viento y las olas crecieron en la oscuridad. El farol de la calle se balanceaba a un lado y a otro barriendo de luz la fina capa de arena que volaba a ras del camino. Los postigos abiertos de las ventanas que daban a la galería tiraron de los ganchos con un golpe metálico. Pero lo que despertó a Julián fue el ruido de cosas que se estrellaban contra la pared. A lo mejor ella había gritado antes. Siempre empezaba gritando. Después, si él no se levantaba y hacía algo para que no siguieran peleándose, ella se pondría a gritar otra vez. Julián se levantó y fue a la cocina.
Su padre estaba parado con las manos sobre la mesada. Cualquiera que lo hubiera visto sin sonido, sin verla a ella, hubiera pensado que estaba conversando tranquilo o mirando cocinar a alguien, a una mujer posiblemente, a una mujer amada, aunque esto último habría durado poco porque la mirada era dura, cargada de un hastío que levantaba una pared que ella, tal vez, estaba tratando de romper.
Apenas vio a Julián, ella se puso a llorar. Tu padre, tu padre, decía, pero no acababa de decir lo que quería decir y el padre no se movía, y Julián se acercó a ella y ella dijo cosas; él también dijo cosas que después, nunca más en su vida, podría recordar. Pero supo siempre que eran cosas un poco inconexas donde lo único que tenía importancia era el tono, como si hablara con un perro que no decodifica el lenguaje pero entiende claramente el calor de la voz. Ella, entonces, se calmó y se acercó y se refugió en él, acaso entrando en un espacio que lo rodeaba y donde ella se sentía a salvo. Le tiró los brazos al cuello. Él miró a su padre. Su padre soltó un bufido y se dio media vuelta y lo dejó solo en la cocina con ella, con la pelirroja del demonio que lo había separado de la madre de sus hijos, de su mujer a los ojos de Dios.
¿Adónde vas, Talo?, dijo ella.
El padre no contestó. Se escuchó la puerta de entrada y una ráfaga de viento con olor a sal y a pescado muerto entró en la casa."
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Alfaguara (CABA)
192 págs. - 24 x 15 cm.
Prensa
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