"MADAME GRENOUILLE (“LA RANA”)
Era una mujer inmensa, de fuerte contextura, pechos, cadera, altura. Su rostro tenía ese particular matiz algo verdoso en las ojeras, similar al de las mulatas que había visto en las madrugadas del 13 arrondisement en París, donde argelinas, jamaiquinas y mestizas de las colonias solían esperar a su clientela. Al besarle la mano, choqué con la esmeralda de uno de sus anillos. (En París, las mujeres blancas abominaban de la esmeralda.)
A su lado me sentía débil, pequeño, blanco e indecente.
Nos sentamos en un vis-à-vis donde pude ver esos ojos incoloros, aguados de las mulatas: un color ni celeste ni amarillo, acuoso, perdido entre los tonos cálidos de su piel mestiza.
Sus primeras palabras fueron más que una definición un saludo:
–Usted es Duchamp, el artista.
Y mirándome a los ojos agregó:
–Espero le interese la colección de mi marido, el príncipe Goyenecheskwy, polaco.
Algo murmuré, algún pequeño gesto hice que la llevó a agregar:
–Tenemos otras habitaciones más interesantes que ésta.
El mucamo nos sirvió unas tazas de chocolate espeso, perfumado con canela.
Después de un silencio, dije abruptamente, sin pensarlo:
–Hace dos semanas que estoy aquí y necesito conocer argentinos que quieran estudiar francés o tomar clases de ajedrez profesional. Necesito alguien con quien hablar francés. Necesito alguien con quien hablar de París y de su espíritu. –Y concluí, casi balbuceando–: Estoy muy solo.
Esta terrible mujer inclinó su cabeza sobre la mía y dijo:
–Ya no, mi pequeño sapito, ya no –su pesado aliento a cardamomo y canela me barría la boca y las mejillas–.
Serás amigo de la Grande Grenouille y no te faltará nada."
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El cuenco de plata (CABA)
96 págs. - 20 x 13 cm.
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