"Estoy acostumbrada a que en los aeropuertos no me espere nadie. Pero ese día un hombre canoso de unos sesenta años, elegante y sobrio, me llamó por mi nombre ni bien crucé la puerta de migraciones. Pensé que tenía pinta de diplomático aún antes de que me dijera que era el embajador. Sabía que nadie me había avisado que venía, pero ese domingo no tenía actividades protocolares y le pidió a su chofer que lo trajera hasta el aeropuerto. Ofreció llevar mi valija hasta el auto. Lo seguí, mirándolo de reojo mientras él me preguntaba los pormenores del vuelo (como todo fóbico a las alturas quería detalles). Me resultó extraño que él mismo hubiera venido a buscarme. Debe haber percibido mi desconcierto porque a mitad de camino se detuvo y sacó una tarjeta del bolsillo del saco, como si eso confirmara el asunto.
Afuera nos esperaba un Mercedes Benz negro.
Durante el viaje a la ciudad me preguntó si no llegaban noticias de Tailandia a la Argentina. Cuando pregunté qué tipo de noticias, me contó sin más rodeos que había querido venir en persona para que no me asustara al conocer los avatares que sacudían esta edición del festival de cine de Bangkok: el motivo por el que lo habían retrasado cuatro meses era que el centro comercial en el que ocurría el evento había sido bombardeado por los separatistas musulmanes del Sur. Con tres muertos, una veintena de heridos y un cráter que voló por el aire las seis salas de cine, decidieron posponer la fecha y no poner al tanto a sus invitados del motivo para no espantarlos en manada.
La sensación que tuve de entrada es que todo lo que había que pasado desde que bajé del avión era una broma. En cualquier momento el embajador y su chofer iban a soltar una carcajada y a confesar que eran dos atorrantes buscando meterle vértigo a mi llegada. Actores o simples buscavidas que juntaban unos pesos trabajando en el festival. Ahí mismo el embajador señaló el centro comercial desde la autopista: todavía tenía una de sus alas dinamitadas, aunque todo indicaba que estaba en la mitad de una obra que borraría muy pronto los rastros de la masacre. Mirándonos por el espejo retrovisor del chofer dijo algo, que el embajador respondió en tailandés. En los últimos minutos había visto por la ventanilla todo tipo de paisajes: plantaciones de arroz, zonas fabriles envueltas en gigantescas nubes de humo negro, áreas suburbanas de casas bajas que rápidamente se amontonaban hasta desembocar en el caos de Bangkok, adónde la gente se mueve de a cientos por pasarelas suspendidas en el aire. El embajador me contó que las provincias musulmanas de Pattani y Narathiwat en la última década habían tenido más de un millar de muertos. Cerca de cuarenta mil soldados y policías estaban desplegados en una región hostil, con habitantes marginados por la mayoría budista del país."
Mansalva (Buenos Aires)
104 págs. - 22 x 14 cm.
Prensa
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