La escritura extranjera
Pues somos como troncos de árbol en la nieve. Aparentemente yacen en el suelo resbaladizo, así que se podrían desplazar con un pequeño empujón. Pero no, no se puede, pues se hallan fuertemente afianzados en el suelo. Aunque fijate, incluso eso es aparente (Franz Kafka. Los árboles)
"Cuando no sabía ni leer ni escribir, cuando mi hermana y yo compartíamos habitación, cuando Buenos Aires era muy distinta, cuando todavía no iba al colegio de las monjas ni había decidido estudiar letras, cuando no había sufrido una dictadura ni había tenido que soportar el exilio, cuando no era escritora ni soñaba con serlo, cuando no había tenido dos hijas ni les había hablado sobre un país situado en el sur del sur, cuando no me había hecho mayor, ni había nacido mi nieto, un día tan remoto como preciso (qué borrosa y exacta es la memoria de la infancia), nos despertamos, mi hermana y yo, con una desconocida muy elegante sentada a los pies de nuestra cama.
Vestía un traje sastre oscuro, sombrerito ladeado, el pelo tirante preso en un moño y guantes de cabritilla. Es posible que, a través de los cristales de la habitación, trepara el fragor de la calle y que el sol oblicuo de la ciudad iluminara la pared. Uno de esos inviernos húmedos y australes, de mantas a cuadros, camisones con florcitas.
La extraña hablaba y hablaba, pero no entendíamos sus palabras.
De pronto soltó:
-Ahora no me entienden, pero ya me van a entender.
(Al escribir esta frase pienso que podría escribir: «ahora no me entendéis, pero luego me vais a entender», pero entonces el castellano era uno solo, manso y propio, como un gato).
Mi hermana y yo la miramos fascinadas.
Y así, sin hablar nunca más en castellano, entró Missis Tanasescu en nuestras vidas.
Mi familia no era ni cercana ni afectuosa, si pienso en esos años infantiles recuerdo a Missis más que a mi madre. Era alta y delgada, cariñosamente distante y sumaba a su dureza un don misterioso: sabía contar historias. Después de cenar, se sentaba junto a nosotras y abría ceremoniosamente un libro, lanzaba al aire un Once upon a time y ese «Había una vez» sonoro o susurrado levantaba el telón de la fábula y la habitación dejaba de ser una habitación en Buenos Aires para convertirse en el espacio de unos cuentos que se narraban en inglés. Muchos años más tarde, cuando visité Euskadi, alguien me contó que no sabía escribir en euskera, pero que los relatos infantiles persistían en el idioma de su infancia. El idioma del afecto."
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Estructura Mental a las Estrellas - EME (La Plata)
104 págs. - 20 x 13 cm.
Prensa
El País: Una vida subtitulada LEER
Revista Contrapunto: La vida en tránsito, sin ubicación precisa LEER
El Diario.es: "Hubo treinta mil desaparecidos. Sobreviví" LEER
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