*
38° C
Tambor que anuncia la guerra de siempre,
cuando la abuela entra sacudiendo loca,
el termómetro de lata abrillantada,
la batuta que dirige la danza macabra.
Ventana de los numeritos negros
y una mancha roja de rubor que marca en sangre
treinta y siete: más es fiebre, siempre calentura;
deseo de retirar oblícuo los jugos y rozar
la piel de Dios en el relieve de la estampa.
La cara que aparece entre las sombras
al fondo de una amígdala de fuego,
puente de ardor en la garganta donde
cruzan los personajes oscuros sin ganas
cuando dormir se pestañea en la luna.
*
NOTA 1
"Lugar común: el primer poema. Experiencia primera que me ocurrió en el curso de una fiebre alta. Las fiebres antiguas eran altas, había riesgo de que subieran hasta el tope. Se curaban en la cama dentro de un torbellino de escalofríos. Se comía puré de zapallo y se sudaba gozando de las sábanas empapadas. Algún paño frío podía colocarse sobre la frente mientras con ignorancia nos tapaban hasta la nariz para que no tomáramos frío. La fiebre era una amiga perturbadora. Las percepciones se agitaban. En el calor del adormecimiento, me sentía bien y sobre todo “buena". La posibilidad de morir exaltaba mi heroísmo."
*
36.8°C
Trato de que me guste el otoño, pero me pican
los flecos de oro, entrever esas hojas tapizadas
de borlas de cortinados ardidos.
Trato de que me guste el crujir de la tierra,
de la hojarasca muerta debajo de mi pie.
Quiero que me guste porque el color parece
un pedazo del sol y un árbol se quema
de púrpura con las venas mojadas de madera.
Mientras el cielo ruge claro, lento, sin calor.
Pero me estremece el tenue escalofrío,
me inquieta la caída continua de las hojas.
*
NOTA 2
"Al dictado de la fiebre escribo el miedo a la muerte.
-Cuidado con el termómetro, no lo vayas a romper, ordenó mi abuela al ver mi cara roja como una granada. Lo sacudió con fuerza y me lo entregó. Me lo coloqué en el huequito de la axila apretando muy fuerte y esperando su veredicto. Ella caminaba impaciente, de riguroso luto, de una punta a la otra del dormitorio.
-¿Sabías que el termómetro tiene mercurio adentro? -preguntó. ¿Y que el mercurio es veneno que te mata?
-¿Qué es el mercurio?
-Una bolita plateada que se disuelve y disuelve y disuelve y te mata.
Me hizo una seña brusca con la cabeza para que me saque el termómetro y en el momento en que se lo alcanzaba, se me cayó al piso. Vi cómo se rompía lentamente, temí por los vidrios y me olvidé por un instante del peligro nuclear que ella había invocado.
-¡Te has puesto torpe, m'hija! No sé si por la edad o es que estás con mucha fiebre, pero esto es un horror.
Antes de sentir la primera lágrima en la cara hirviente, apareció: ¡La bolita de mercurio! Plateada como el papel del chocolate pero opaca, tan bella como un huevo de platino en miniatura. Me bajé de la cama para tocarla con la mano. El sonido chillón de la palabra veneno fue lo último que escuché antes de la cachetada."
Mansalva (Buenos Aires)
48 págs. - 22 x 14 cm.
Prensa
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