Traducción de Paula Abramo
–Pues no aplaudas nada, le dijo mansamente la mujer. ¿Quieres hacerme un regalo? Vayamos a Europa en marzo o abril y volvamos dentro de un año. Pídele permiso a la cámara de dondequiera que estemos: a la de Varsovia, por ejemplo. Tengo muchas ganas de ir a Varsovia, continuó sonriendo y estrechándole graciosamente la cara entre las manos. Dime que sí; respóndeme que hoy mismo vas a escribir a Río Grande, el vapor sale mañana. ¿Es un hecho? ¿Vamos a Varsovia? (Machado de Assis, Quincas Borba)
"El tipo era retaco, sus brazos y piernas como pequeños troncos. Su cara redonda, rodeada de gruesas hebras de pelo castaño oscuro cortado como casco: un extraño corte de pelo que acentuaba todavía más la redondez de su rostro. La parte inferior de su protuberante barriga no se contenía dentro de la camisa color rojo sangre: saltaba hacia afuera por debajo y por las aberturas que se formaban entre los botones debido a la presión del cuerpo rollizo contra la tensión de la tela. La única cosa flacucha que tenía el tipo era el bigote: delgado, largo y con las puntas levemente torcidas hacia arriba. No estaba ni llegaría a estar de moda, pero le gustaba tenerlo así. Aunque hacía calor aquel agosto, llevaba sobre la camisa rojo sangre y el pantalón claro de lino un largo kimono de seda escandalosamente estampado, que, de tan largo, se arrastraba por el suelo y atrapaba polvo, arena, piedrecillas y toda clase de desechos que encontraba por ventura a su paso. Llevaba con esfuerzo cuatro maletas de distintos tamaños: una en cada mano y una bajo cada brazo tronchudo. Al ver a Opalka sentado en una de las bancas de la estación, leyendo compenetrado el periódico, sonrió feliz, aceleró el pasito, se tropezó con el dobladillo del kimono y se estrelló contra el suelo a unos cuantos pasos de la banca. Con la caída, sin querer arrojó hacia adelante sus maletas, que se desparramaron ruidosamente frente a Opalka. Como
en un boliche, las cuatro maletas tiraron el pequeño baúl de Opalka, que, a su vez, cayó sobre su canasta de limones y la volteó. Los limones, una docena, rodaron hacia afuera. Uno de ellos avanzaba veloz hacia las vías, mientras los otros se estancaban debajo de la banca, entre las piernas de Opalka y alrededor de la canasta y del baúl. El tipo, que se había levantado de un salto, se arrojó al piso como si se zambullera en una piscina para intentar detener el limón. Pero fue en vano. Su brazo, muy corto, no fue capaz de alcanzarlo y el limón cayó al fin sobre las vías. Opalka, que observaba sorprendido la escena por encima del periódico, hizo entonces un movimiento para reunir los demás limones. Pero el tipo, que ya estaba otra vez de pie, sacudiéndose con fuerza el kimono escandaloso, estiró la mano abierta, indicándole a Opalka, con ese gesto, que no se moviera. Sin hacer caso, Opalka depositó el periódico en la banca, a su lado, e inclinó el tronco. Cuando iba a tomar uno de los limones, que estaba cerca de su pie izquierdo, el tipo hizo nuevamente un gesto con la mano y gritó en alemán:
-¡Alto!"
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Sigilo (CABA)
168 págs. - 22 x 14 cm.
Prensa
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