El camino es difícil, cruzarlo es como andar sobre el agudo filo de una navaja (Katha Upanishad III)
"Nunca llegué a saber del todo de dónde era, cuántos años tenía o si Siva era su verdadero nombre. Tampoco entendía por qué hablaba perfecto en inglés y con acento de Inglaterra si en realidad nunca había salido de India. Lo único claro era que hacía años que vivía en el pueblo de la Montaña: decía que había llegado hacía siete, pero los occidentales que llevaban mucho tiempo ahí comentaban que había estado desde siempre. Hablar era su principal talento, no sólo en ese inglés tan raro sino también en hindi, tamil y a veces en sánscrito. Quizá sea por eso que cuando me acuerdo de él, lo primero que aparece en mi cabeza no es una imagen sino el sonido de su voz."
En Mamá India, Soledad Urquia relata su viaje a la India y en particular el tiempo que pasa en una ciudad cercana a La Montaña-Ella, como la llama, que posee una intensidad espiritual que va más allá de las expectativas de la protagonista. El viaje dura un año, como su visa de turista para estar legalmente en el país. Capítulo a capítulo conocemos un personaje nuevo de los diversos viajeros con los que se encuentra la autora mientras hace su viaje espiritual en el que aprende muchas cosas que nos transmite con precisión y claridad. Por ejemplo, visita a una "Santa" y aclara que en otro lugar esta mujer estaría internada en un psiquiátrico, pero allí abraza a cada visitante transmitiendo sabiduría y paz.
El atractivo del lugar no está en las descripciones del mismo, todo lo contrario esas descripciones nos harían huir inmediatamente, sino en cómo se siente la autora, en lo que allí piensa. O mejor, en lo que deja de pensar para que así su espíritu se eleve en otras dimensiones. Algunos diálogos con su madre nos aclaran un poco más esos sentimientos y no nos dejan dudas de lo hipnótico que puede ser este país lejano y diferente.
"Había rumores de que la Montaña estaba llena de espíritus que tomaban la forma de distintos animales. En la cueva apenas entraba una persona y el ambiente era asfixiante, parecía que el aire húmedo y enviciado te envolvía la piel. Quizás gracias a esa sensación parecida a un abrazo me quedé dormida, con la tranquilidad de que me encontraba en el mejor lugar donde podía estar."
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Tenemos las máquinas (CABA)
114 págs. - 21 x 14 cm.
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